domingo, 11 de marzo de 2018

El Fuego Secreto






Entre los fundamentos de la filosofía hermética, que es la base teórica de la alquimia, se encuentra la doctrina de los cinco elementos. En ella se proclama la existencia de un quinto elemento además de los cuatro que ya conocemos, llamado éter o quintaesencia, que sería algo así como el motor invisible de todo el universo. En otras tradiciones se le llama Chi, prana, espíritu, etc.
La alquimia le ha puesto numerosos nombres, entre otros el de  Alma del mundo, o fuego secreto
De este quinto elemento es de lo que voy a hablar a continuación. La música es de J. S. Bach









Desde tiempos inmemoriales la humanidad ha relacionado el aire con el espíritu. Las raíces etimológicas de algunas palabras resultan reveladoras al respecto: tanto la palabra alma como la palabra espíritu encuentran su origen en vocablos que significan aliento o respiración. En griego, por ejemplo, el vocablo pneuma significa tanto espíritu como aire. En latín el verbo spiro es respirar, y spiritus significa soplo. Así mismo, anima  (alma), proviene de animus, aliento vital.

Según las tradiciones de distintas culturas, en el aire existe una fuerza sutil, una energía vital que los seres vivientes captaríamos por medio de la respiración.  Pero ese "poder" no sólo se encontraría en el aire: todo lo que vemos a nuestro alrededor estaría lleno de esa fuerza misteriosa, ese fuego invisible que mueve el universo.






Hay que precisar que los pueblos antiguos, aún no demasiado condicionados por la cosmovisión judeocristiana, no entendían las palabras  espíritu y alma  del mismo modo que se las entendió posteriormente.
Así, Fulcanelli en Las Moradas Filosofales, dice: 

"Para los alquimistas, los espíritus son influencias reales, aunque físicamente casi inmateriales o imponderables.
Actúan de una manera misteriosa, inexplicable, incognoscible, pero eficaz, sobre las sustancias sometidas a su acción y preparadas para recibirlos. La radiación lunar es uno de esos espíritus herméticos."

Es decir, los espíritus eran más bien lo que  hoy en día entendemos por energías cósmicas. Y en el origen de todas esas energías se encuentra el espíritu universal, esa fuerza misteriosa que lo mueve todo: el Fuego Secreto que el alquimista aprende a manejar para llevar la naturaleza a su plenitud mediante la Gran Obra alquímica.

Ese espíritu universal, o alma del mundo, recibe en nuestro idioma el nombre de éter; según la wikipedia, la palabra éter "procede del latín æthēr y ésta a su vez del griego αἰθήρ (aithēr), 'cielo', 'firmamento', 'el aire más puro de las montañas' , que deriva de la raíz indoeuropea aydh- ‘arder, fuego’." 

Es el Fuego Secreto.







Los yoguis hindúes desde  hacía milenios denominaban prana a ese principio o espíritu universal  que los griegos llamaron éter; según ellos, los seres vivos absorberiamos el prana  de la atmósfera al respirar, aunque esta fuerza se encontraría presente en todo el cosmos, no sólo en el aire. El fuego, el agua, las piedras... todo sería prana condensado en diferentes grados, texturas y formas, y por ende, todo tendría vida.

En China, entre los practicantes taoístas de Chi-Kung, por ejemplo, esa fuerza, o energía se denomina Chi, o Qi.
Wilhelm Reich, psicólogo moderno que empezó siendo discípulo de Freud,  habla de un campo energético universal que llama Orgón
El orgón es un tema sobre el que tengo que documentarme todavía. Pero, en principio, parecería ser la misma cosa que ese espíritu universal, ese fuego secreto del que hemos estado hablando.

El concepto presocrático de éter fue durante mucho tiempo desestimado por la ciencia








Sin embargo esta hipótesis vuelve hoy a estar de actualidad, pero no sin traer cierta polémica: los resultados obtenidos en 2013 por los científicos que trabajan en el Acelerador de Hadrones de Ginebra, sugieren claramente la existencia de algo que para muchos es muy similar a lo que los griegos clásicos llamaban éter (otros, en cambio,  descartan de plano todo paralelismo entre los dos planteamientos), y que fue bautizado con el nombre de Campo de Higgs. Estos sabios de Ginebra están a un paso de demostrar  científicamente la existencia del Bosón de Higgs, partícula de la que está formado el Campo de Higgs, y a la que alguien ha llegado a denominar la partícula de Dios. 







Sea como fuere, conforme voy adentrándome en la bibliografía alquímica, encuentro cada vez más claro que el concepto de espíritu universal, éter, fuego celeste, etc. se encuentra en los mismos cimientos de la ciencia hermética, según la cual el mundo es un organismo vivo movido por una misteriosa fuerza que el alquimista  aspira a comprender y canalizar.  

Es mediante ese fuego que el discípulo de Hermes realiza las distintas operaciones de la Obra, teniendo como guía la ciencia astrológica, que le indica el momento preciso en el que acometer cada etapa del trabajo. 
Termino esta nota con un par de citas del filósofo hermético Fulcanelli, relacionadas con todo lo escrito arriba:  

"La química es, indiscutiblemente, la ciencia de los hechos, como la alquimia lo es de las causas. La primera, limitada al ámbito material, se apoya en la experiencia, en tanto que la segunda, toma de preferencia sus directrices en la filosofía. Si una tiene por objeto el estudio de los cuerpos naturales, la otra intenta penetrar en el misterioso dinamismo que preside sus transformaciones. Es esto lo que determina su diferencia esencial y nos permite decir que la alquimia, comparada a nuestra ciencia positiva, la única admitida y enseñada hoy, es una química espiritualista porque nos permite entrever a Dios a través de las tinieblas de la sustancia.






Por añadidura, no nos parece suficiente saber reconocer y clasificar los hechos con exactitud. Es preciso, aún, interrogar a la Naturaleza para aprender de ella en qué condiciones y bajo el imperio de qué voluntad se operan sus múltiples producciones. El espíritu filosófico no sería capaz, en efecto, de contentarse con una simple posibilidad de identificación de los cuerpos, sino que reclama el conocimiento del secreto de su elaboración. Entreabrir la puerta del laboratorio donde la Naturaleza mezcla los elementos está bien, pero descubrir la fuerza oculta bajo cuya influencia se efectúa su labor, mejor. Nos hallamos lejos, evidentemente, de conocer todos los cuerpos naturales y sus combinaciones, ya que cada día descubrimos otros nuevos,pero sabemos lo suficiente como para renunciar provisionalmente al estudio de la materia inerte y dirigir nuestras investigaciones hacia el animador desconocido, agente de tantas maravillas. 
Decir, por ejemplo, que dos volúmenes de hidrógeno combinados con un volumen de oxígeno dan agua es anunciar una trivialidad química. Y, sin embargo, ¿quién nos enseñará por qué el resultado de esa combinación presenta, con un estado especial, caracteres que no poseen en absoluto los gases que la han producido? ¿Cuál es, pues, el agente que impone al compuesto su especificidad nueva y obliga al agua, solidificada por el frío, a cristalizar siempre en el mismo sistema? Por una parte, si el hecho es innegable y está rigurosamente controlado, ¿de dónde procede el que nos resulte imposible reproducirla por simple lectura de la fórmula encargada de explicar su mecanismo? Pues falta, en la notación H2O el agente esencial capaz de provocar la unión íntima de los elementos gaseosos, es decir, el fuego. Pero desafiamos al más hábil químico a que fabrique agua sintética mezclando el oxígeno con el hidrógeno en los volúmenes indicados: ambos gases rehusarán siempre combinarse. Para tener éxito en la experiencia, es indispensable hacer intervenir el fuego, ya sea en forma de chispa o en la de un cuerpo en ignición o susceptible de ser puesto en incandescencia (esponja de platino). Se reconoce, así, sin que se pueda oponer a nuestra tesis el menor argumento serio, que la fórmula química del agua es, si no falsa, al menos incompleta y truncada. Y el agente intermediario fuego, sin el cual ninguna combinación puede efectuarse, al estar excluido de la notación química, hace que la ciencia entera se manifieste como lagunar e incapaz de suministrar, mediante sus fórmulas, una explicación lógica y verdadera de los fenómenos estudiados."  







"Acabamos de hablar del fuego. Todavía no lo consideramos más que en su forma vulgar y no en su esencia espiritual, la cual se introduce en los cuerpos en el momento de su aparición en el plano físico. Lo que deseamos demostrar sin salirnos del ámbito alquímico es el error grave que domina toda la ciencia actual y le impide reconocer ese principio universal que anima la sustancia, pertenezca al reino que pertenezca. Sin embargo, se manifiesta en torno nuestro, ante nuestros ojos, ya sea por las propiedades nuevas que la materia herede de él, ya por los fenómenos que acompañen su desprendimiento. La luz - fuego ramificado y espiritualizado - posee las mismas virtudes y el mismo poder químico que el fuego elemental y grosero. Una experiencia dirigida hacia la realización sintética del ácido clorhídrico (ClH) a partir de sus compuestos lo demuestra de modo suficiente. Si se encierran en un frasco de vidrio volúmenes iguales de gas cloro y de hidrógeno, ambos gases conservarán su individualidad propia en tanto que la redoma que los contenga se mantenga en la oscuridad. Ya a la luz difusa, su combinación se efectúa poco a poco, pero si se expone el recipiente a los rayos solares directos, estalla con violencia. 
Se nos objetará que el fuego, considerado como simple catalizador, no forma en absoluto parte integrante de la sustancia y que, en consecuencia, no se lo puede señalar en la expresión de las fórmulas químicas. El argumento es más falaz que verdadero, pues la misma experiencia lo invalida. He aquí un terrón de azúcar, cuya ecuación no incluye ningún equivalente del fuego. Si lo rompemos en la oscuridad, veremos que desprende una chispita azul.
¿De dónde proviene? ¿Dónde se halla encerrada sino en la textura cristalina de la sacarosa? Hemos hablado del agua. Pues bien, arrojemos a su superficie un fragmento de potasio: se inflama espontáneamente y arde con energía.






¿Dónde, pues, se escondía esta llama visible? Ya sea en el agua, en el aire o en el metal, ello importa poco; el hecho esencial es que existe potencialmente en el interior de uno u otro de esos cuerpos o quizá de todos. ¿Qué es el fósforo, portador de luz y generador de fuego? ¿Cómo transforman las noctílucas, las luciérnagas y los gusanos de luz una parte de su energía vital en luminosa? ¿Quién obliga a las sales de uranio, de cerio y de circonio a convertirse en fluorescentes cuando han estado sometidas a la acción de la luz solar? ¿Por qué misterioso sincronismo el platino - cianuro de bario brilla al contacto de los rayos Roentgen? 
Y no se hable de la oxidación en el orden normal de los fenómenos ígneos, pues ello significaría hacer retroceder la cuestión en lugar de resolverla. La oxidación es una resultante y no una causa; es una combinación sometida a un principio activo, a un agente. Si ciertas oxidaciones enérgicas desprenden calor o fuego es, muy ciertamente, por la razón de que este fuego se hallaba primero en el seno del cuerpo en cuestión. El fluido eléctrico, silencioso, oscuro y frío, recorre su conductor metálico sin influenciarlo mayormente ni manifestar su paso a través de él, pero si va a dar con una resistencia, la energía se revela de inmediato con las cualidades y bajo el aspecto del fuego. Un filamento de lámpara se vuelve incandescente, el carbón de la cucúrbita se convierte en brasas, y el hilo metálico más refractario se funde en seguida. Entonces, ¿no es la electricidad un fuego verdadero, un fuego en potencia? ¿De dónde extrae su origen sino de la descomposición (pilas) o de la disgregación de los metales (dínamos), cuerpos eminentemente cargados del principio ígneo? Desprendamos una partícula de acero o de hierro mediante abrasión o por el choque contra un sílex, y veremos brillar la chispa así puesta en libertad. Es bastante conocido el encendedor neumático, basado en la propiedad que posee el aire atmosférico de inflamarse por simple compresión. Los mismos líquidos son a menudo verdaderas reservas de fuego. Basta verter algunas gotas de ácido nítrico concentrado en la esencia de trementina para provocar su inflamación. En la categoría de las sales, citemos de memoria las fulminantes, la nitrocelulosa, el picrato de potasa, etc. 
Sin multiplicar más los ejemplos, se advierte que resultaría pueril sostener que el fuego, por el hecho de que no podemos percibirlo directamente en la materia, no se halle, en realidad, en ella en estado latente. Los viejos alquimistas, que poseían de fuente tradicional más conocimientos de los que estamos dispuestos a reconocerles, aseguraban que el Sol es un astro frío y que sus rayos son oscuros. 






Nada parece más paradójico ni más contrario a la apariencia y, sin embargo, nada es más verdadero. Algunos instantes de reflexión permiten convencerse de ello.
Si el Sol fuera un globo de fuego, como se nos enseña, bastaría acercarse por poco que fuera para experimentar el efecto de un calor creciente. Y lo que sucede es justo lo contrario, pues las altas montañas permanecen coronadas de nieve pese a los ardores del verano. En las regiones elevadas de la atmósfera, cuando el astro pasa por el cenit, el globo de los aerostatos se cubre de escarcha y sus pasajeros padecen un frío muy vivo. Así, la experiencia demuestra que la temperatura desciende a medida que aumenta la altura. La misma luz se nos hace sensible cuando nos encontramos situados en el campo de su irradiación. En cuanto nos situamos fuera del haz radiante, su acción cesa para nuestros ojos. Es un hecho bien conocido que un observador que contempla el cielo desde el fondo de un pozo al mediodía ve el firmamento nocturno y constelado. 
¿De dónde proceden, pues, el calor y la luz? Del simple choque de las vibraciones frías y oscuras contra las moléculas gaseosas de nuestra atmósfera. Y como la resistencia crece en razón directa de la densidad del medio, el calor y la luz son más fuertes en la superficie terrestre que en las grandes altitudes porque las capas de aire son, asimismo, más densas. Tal es, al menos, la explicación física del fenómeno. En realidad, y según la teoría hermética, la oposición al movimiento vibratorio y la reacción no son sino las causas primeras de un efecto que se traduce por la liberación de los átomos luminosos e ígneos del aire atmosférico. Bajo la acción del bombardeo vibratorio, el espíritu, liberado del cuerpo, se reviste para nuestros sentidos de las cualidades físicas características de su fase activa: luminosidad, brillo y calor. 
Así, el único reproche que se puede dirigir a la ciencia química es el de no tener en cuenta el agente ígneo, principio espiritual y base de la energética, bajo cuya influencia se operan todas las transformaciones materiales. La exclusión sistemática de este espíritu, voluntad superior y dinamismo escondido de las cosas, es lo que priva a la química moderna del carácter filosófico que posee la antigua alquimia." 

Fulcanelli, Las Moradas Filosofales










                      el Canario


1 comentario:

  1. Interesante artículo, pero la oscuridad es ausencia del luz, el mal es ausencia de bien. Lo que los alquimistas buscaban ocultos en sus herméticos libros, es transformar el plomo del alma en el oro del alma. El éter, quintaesencia, está ahí visible, pero solo lo pueden ver los que han logrado la gran obra.

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