martes, 3 de abril de 2018

Agricultura Celeste





En un pasado no tan lejano, la minería y la metalurgia estaban regidas por principios más próximos a los del chamanismo que a los de la ciencia moderna. Una concepción de la Tierra como ser vivo (que vuelve a asomar hoy con la hipótesis de Gaia), unida a la observación de los astros y de su influjo en la naturaleza, daba como resultado una cosmovisión en la que la alquimia ocupaba el lugar más alto dentro del conjunto de las ciencias y las artes. En este viaje nos acompañará la guitarra de John Renbourn.







"El oro es un sol que yace bajo tierra"





La idea suena tan poética como fantasiosa... pero, ¿Qué es en realidad la Agricultura Celeste? Puedo adelantar que es un nombre que se le ha dado desde muy antiguo a la alquimia. Añadiré que todavía no tengo una idea exacta de lo que la alquimia es: simplemente sueño con comprenderla.







Por esa razón no me prodigaré aquí en comentarios; más que a opinar sin haber  todavía entendido gran cosa,  me limitaré a citar lo que he leído sobre la "Agricultura Celeste", abundando más en algunos puntos que me parecen fundamentales.

Empezaré, pues, por una cita de Las Moradas Filosofales (El maravilloso grimorio del castillo de Dampierre), de Fulcanelli: 

"Los antiguos designaban a menudo la alquimia con el nombre de agricultura celeste, porque ofrece, en sus leyes, en sus circunstancias y en sus condiciones la más estrecha relación con la agricultura terrestre. 
Apenas hay autor clásico que no tome sus ejemplos y establezca sus demostraciones sobre los trabajos campestres.
La analogía hermética aparece así fundada en el arte del cultivador. Al igual que es preciso un grano para obtener una espiga -nisi granum frumenti-, es indispensable tener en primer lugar la semilla metálica, a fin de multiplicar el metal. Pues bien; cada fruto lleva en sí su semilla, y todo cuerpo, cualquiera que sea, posee la suya. El punto delicado, que Filaleteo llama el eje del arte, consiste en saber extraer del metal o del mineral esta semilla primera. Es la razón por la cual el artista debe, al comienzo de su obra, descomponer por entero lo que ha sido reunido por la Naturaleza, pues «quienquiera ignore el medio de destruir los metales, ignora, asimismo, el de perfeccionarlos».




                       


Habiendo obtenido las cenizas del cuerpo, éstas serán sometidas a la calcinación, que quemará las partes heterogéneas, adustibles, y dejará la sal central, semilla incombustible y pura que la llama no puede vencer. Los sabios le han aplicado los nombres de azufre, primer agente u oro filosófico.

Pero todo grano capaz de germinar, de crecer y de fructificar reclama una tierra propicia. El alquimista tiene necesidad, a su vez, de un terreno apropiado para la especie y la naturaleza de su semilla. También aquí deberá recurrir tan sólo al reino mineral. Ciertamente, este segundo trabajo le costará más fatiga y tiempo que el primero. Y ello también concuerda con el arte del cultivador. ¿Acaso no vemos todos los cuidados de este último dirigidos hacia una exacta y perfecta preparación del suelo? Mientras que las siembras se efectúan con rapidez y sin gran esfuerzo, la tierra, por el contrario, exige muchas labores, una justa proporción de abono, etc., trabajos éstos penosos y de gran esfuerzo cuya analogía se encuentra en la Gran Obra filosofal." ( fin de la cita)

El Azufre, sería, pues, la simiente masculina, y el Mercurio, en cambio, equivaldría al óvulo y al vientre materno. Pero siguiendo el símil favorito de los alquimistas, el Mercurio es la tierra, nodriza de todo lo que germina y da frutos, tanto en el mundo vegetal como en el mineral.







Antes de continuar, para quien no haya leído lo escrito en notas anteriores, quiero aclarar dos cosas: aquello a lo que los alquimistas llaman Azufre y Mercurio no tiene nada que ver con los dos elementos químicos del mismo nombre: así lo advierten los tratados de alquimia en incontables ocasiones, para que el principiante no pierda su tiempo y su fortuna en  complicadas y peligrosas operaciones de laboratorio. 

¿Qué son entonces el Azufre y el Mercurio?




La alquimia, como ya he dicho en notas anteriores, considera todo nuestro planeta como un ser vivo, y por lo tanto, los metales y minerales que yacen en su seno son también formas de vida que crecen y evolucionan; dice más adelante el mismo Fulcanelli:

"Que los verdaderos discípulos de Hermes estudien, pues, los medios simples y eficaces capaces de aislar el mercurio metálico, madre y nodriza de esta semilla de la que nacerá nuestro embrión; que se apliquen a purificar este mercurio y a exaltar sus facultades, a semejanza del campesino que aumenta la fecundidad del humus aireándolo con frecuencia e incorporándole los productos orgánicos necesarios. Sobre todo, que desconfíen de los procedimientos sofísticos, fórmulas caprichosas para uso de los ignorantes o los ávidos. Que interroguen la Naturaleza, observen la forma en que opera, sepan discernir cuáles son sus medios y se ingenien para imitarla de cerca. Si no se dejan desanimar y no ceden lo más mínimo a los errores, extendidos profusamente incluso en los mejores libros, sin duda acabarán por ver el éxito coronar sus esfuerzos. Todo el arte se resume en descubrir la semilla, azufre o núcleo metálico, arrojarla en una tierra específica o mercurio, y, luego, en someter estos elementos al fuego, según un régimen de cuatro temperaturas crecientes que constituyen las cuatro estaciones de la Obra." (fin de la cita)








Hay consenso entre los autores alquímicos en afirmar que la materia prima, tal y como sale de la mina, contiene en su interior todo lo necesario para llevar a cabo la Gran Obra. Esto significa que tanto el azufre como el mercurio se encuentran ya en ella, y que sólo hace falta saber cómo extraerlos y luego "aparearlos".







Pero en ese apareamiento es preciso que intervenga un tercer  agente: el fuego secreto. 
He dedicado otra nota a ese tema, pero quiero aprovechar la ocasión para desarrollarla un poco más.

El fuego secreto es la quintaesencia, el quinto elemento que anima y da vida a todo. Los antiguos sabios decían que el sol es el generador de esa energía vivificadora. Los planetas y la luna, al reflejar su luz, también lo son de forma indirecta: pero la fuente, el origen de esa energía primordial en este mundo es el astro rey. 

En otra ocasión hablaré del uso que se hace de esa misma energía en prácticas como el Qigong o el Tai-chi, por ejemplo.

Esa fuerza (que en oriente es conocida como prana o ki) es la que impulsa el crecimiento de los metales en las entrañas de la tierra, y, siendo de origen solar, se ramifica en siete modalidades diferentes: las de los siete planetas tradicionales.
Al igual que el prisma descompone la luz blanca en una gama básica de siete colores, así se descompone esa energía cósmica en los influjos de los distintos planetas.

De este modo, los minerales crecen y se transforman bajo tierra impulsados por distintas radiaciones astrales, correspondiéndole a cada metal la de un planeta específico, que le infunde sus propias cualidades y características.

Leo en "La alquimia y los sacerdotes mineros en el virreinato del Perú en el siglo XVII", un interesantísimo ensayo de Carmen Salazar Soler:

"Podemos resumir la idea que circulaba entre los alquimistas de la siguiente manera: en la generación de los metales es necesaria la acción de un elemento generador y la presencia de una cosa sumisa, una materia que sea capaz de recibir la acción generadora. De una parte, el generador general es el firmamento con su movimiento; de la otra, la tierra libera emanaciones, azufre y mercurio que se unen bajo la acción del firmamento para dar origen a los metales. En esta unión el azufre se comporta como la semilla masculina, el padre, el espíritu, y el mercurio como la semilla femenina o como la madre en el momento de la concepción de un niño. Estos principios no designaban a los elementos en el sentido estricto, sino más bien a hipóstasis de ciertas propiedades inherentes a diferentes materias. El azufre representaba el principio de combustibilidad, el mercurio los de volatilización, liquidez y fusibilidad."






"Otra idea que circulaba en el siglo XVII en Europa y que encontramos, de cierta forma, en nuestros autores es la de la relación entre los astros y los metales. Tanto los filósofos de la Antigüedad como los alquimistas afirmaban que en la generación de los metales era necesaria la intervención del firmamento y creían en la existencia de una relación estrecha entre los planetas y los metales. El filósofo neoplatónico Proclo escribía ya entonces:

“El oro natural, la plata o cada uno de los metales, así como las otras substancias, son engendradas en la tierra bajo la influencia de ciertas divinidades celestes y de sus emanaciones. El Sol produce el oro, la Luna la plata, Saturno el plomo y Marte el fierro” (citado por Hutin, 1951: 75)."

Y más adelante:

"Los alquimistas distinguieron siete metales, dos perfectos o inalterables —oro y plata— y cinco imperfectos —cobre, hierro, estaño, plomo y mercurio (argen vivo)— simbolizados respectivamente por Venus, Marte, Júpiter, Saturno y Mercurio".



En conclusión, al igual que la agricultura convencional, que hasta hace muy poco tiempo se basaba en los ciclos lunares para determinar el momento de la siembra, la poda, la cosecha, etc. la Gran Obra alquímica está regida  por la influencia de la luna, del sol y de las demás luminarias que surcan el zodíaco.



                            Juan Carlos

                             



2 comentarios:

  1. Mas claro imposible! Todo cuerpo tiene su semilla...Esa es la materia de la Obra...

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  2. Maravilloso post. Muchas gracias por acercarnos a estas ideas con tanta claridad y sencillez. Estoy segura de que, aunque no lo reflejen los comentarios, somos muchos los curiosos que te leemos. ¡Un abrazo!

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