jueves, 9 de agosto de 2018

Pensamiento y Verdad







Creo que hemos mitificado un gran número de cosas, entre ellas el pensamiento, por ejemplo. ¿Qué lugar ocupa de hecho el pensamiento en nuestras vidas? ¿Le estaremos tal vez encomendando tareas que rebasan sus posibilidades, como si tratáramos  de resolver,  por ejemplo, nuestros conflictos emocionales más íntimos con una calculadora de bolsillo? ¿Suena insensato, verdad? 


Finalmente, ¿Existe una mirada que venga de más allá de la estructura condicionada del pensamiento? La imagen del encabezado así parece sugerirlo. La música que nos acompañará es la del tema "El Hombre Encubierto", de Van Der Graaf Generator. Un hombre cuya conciencia se encuentra sepultada bajo milenios de desechos psicológicos.  






¿Nos interesa la verdad, la verdad en si misma? O sólo nos interesa en la medida en que nos pueda aportar seguridad, una gratificante sensación  de certeza, bienestar?
¿Es el pensamiento una función superior de la conciencia? ¿Nos diferencia tanto (como aseguran algunos),  de los animales?
Al observar el pensamiento, lo primero que encontramos es un cúmulo de ideas y esquemas mentales que funcionan como programas instalados de forma caprichosa en nuestro cerebro (como si se tratara del ordenador de una persona  enormemente descuidada), y de los que en la mayor parte de los casos no somos siquiera conscientes.

Hay una serie de "lugares comunes", de ideas preconcebidas que nos vienen de fábrica, otras que se nos van "instalando" paulatinamente  y que formarán parte de nosotros, de nuestra estructura mental más íntima, determinando toda nuestra existencia, a menos que no nos detengamos a descubrirlas y cuestionarlas. 







Creo que la mayor parte de los seres humanos somos así: una serie de sistemas de ideas preestablecidas (léase programas),  rigen nuestras vidas desde el comienzo hasta el final, mejor dicho, las viven por nosotros, y, salvo que algo nos sacuda y nos obligue a pensar, generalmente seguiremos sin salirnos de ese patrón, como un tren que solo puede moverse dentro  del limitado circuito de sus raíles; nos embarga así la reconfortante sensación de ir por el "buen camino", de no descarrilar, de estar a salvo. Hay un sentimiento muy arraigado, y las más de las veces inconsciente, de que millones de personas no pueden estar equivocadas, y de que si mucha gente piensa igual acerca de una cosa, es porque hay algo de verdad en ella.



             

Con frecuencia, cuando hablamos de pensamiento, nos referimos a su expresión más depurada, más sutil: al pensamiento filosófico, al estético o al científico. Fueron Platón, Aristóteles y luego la escolástica  (una combinación de filosofía aristotélica y teología católica de talante medieval) quienes defendieron la tesis de que el pensamiento es una "potencia" del Alma inmortal que Dios habría concedido exclusivamente al ser humano (me parece que muchos teólogos actuales siguen sosteniendo esa idea).

Pero en realidad el pensamiento, así como tiene sus cumbres, también tiene sus abismos y cloacas. Hoy por hoy es evidente que es una actividad meramente cerebral, física, una función equiparable en ciertos aspectos a la respiración: no existe un "respirante"  (una supuesta entidad reguladora de la respiración) que precede a la función de respirar. El respirar es un proceso que se da más allá de esa imprecisa entidad llamada yo,  y si bien sea cierto que  con frecuencia esta logre controlarlo, funciona a la perfección sin su intervención, y es mucho mas antiguo que ella.





Del mismo modo, para mi, el "pensador" es posterior al pensamiento. Basta un rato de auto observación mínimamente atenta para comprobar que el pensamiento, al igual que el respirar, es un proceso autónomo. Al identificarse a si mismo con un conjunto de recuerdos y experiencias, el pensamiento se autodenomina "pensador", y proyecta "fuera de si" la imagen del incesante flujo de pensamientos, llegando a sentirlo como algo ajeno a él,  algo que tiene que controlar y dirigir.


           


Naturalmente, donde va el pensamiento, le sigue el sentir: si aquel se identifica con una serie de recuerdos, experiencias, creencias, etc. se generan en la mente intensos sentimientos de pertenencia, afecto, posesión, etc. vinculados a estos.

 El pensamiento es el mayor ilusionista; es sencillo comprobarlo: basta con que nos den una mala noticia, por ejemplo, para que todo de pronto cambie de "color" para nosotros, antes incluso de que hayamos comprobado la veracidad de aquella. Lo mismo ocurrirá con una excelente noticia, pero a la inversa.


Crecemos fortaleciéndonos en el sentimiento del "yo" pensador, controlador, actor, observador, etc. y hasta lo sacralizamos y soñamos en la posibilidad de que sobreviva a la muerte.

Con su poderosa capacidad para incidir en lo emocional, el pensamiento, al identificarnos con el pasado, cada vez va estrechando más los límites de ese personaje ficticio detrás del cual se oculta: el "yo". 
Al final, una creciente sensación de angustia existencial es la señal de alarma que se activa ante este confinamiento en un espacio psicológico cada vez más reducido. 



Los recientes hallazgos en el terreno de la inteligencia artificial apuntan a que el pensamiento y la memoria en el ser humano son procesos meramente mecánicos y que no tienen nada que ver con el alma, si es que esta existe. Es obvio, además, que los animales también recuerdan y piensan, aunque su coeficiente intelectual esté muy por debajo del nuestro. 
Sin embargo, siempre según la teología escolástica, los animales no tienen alma, y por consiguiente no piensan... a tal grado de aberración puede conducir una falsa creencia.







Por lo tanto, el pensamiento es todo menos sagrado: cuando busca algo, por elevado y sublime que sea, lo que busca en realidad es el placer. En lo mundano y en lo divino lo que persigue en última instancia es permanencia, seguridad, y bienestar. Ha sido concebido para realizar esa función, y no es capaz de otra cosa. Conceptos como verdad, amor, libertad sólo le interesan en función del placer y permanencia que le puedan proporcionar, no en si mismos.
Siendo así, la posible búsqueda de una verdad profunda, encabezada por el pensamiento estaría viciada desde su origen: para este, la verdad no es más que un medio para obtener una elevada calidad de vida, no un fin en si misma, y algo me dice que así la verdad nunca se dejará encontrar.

La gran pregunta para mi (los que le han leído sabrán que es la misma que plantea Krishnamurti) es si existe una inteligencia que no tenga nada que ver con el pensamiento, que no sea producto del instinto de supervivencia y el deseo de experiencia, y que sea capaz de captar nuestra verdad más íntima.

Quiero terminar con un fragmento de una charla del ya mencionado Krishnamurti acerca del tema del que les he estado hablando:


"Así pues, si debo producir un cambio fundamental en mí mismo, ¿puedo confiar en el pensamiento como un instrumento para generar esa transformación? O ¿puede haber un cambio fundamental sólo cuando el pensamiento deja de intervenir? Mi problema, entonces, es experimentar, descubrir, y tan sólo puedo descubrir por medio del conocimiento propio, conociéndome a mí mismo, a través de la observación, dándome cuenta en esos momentos cuando estoy desprevenido. Es sólo cuando empiezo a comprender el proceso de mi propio pensar que puedo descubrir si el cambio fundamental es o no posible; hasta entonces, el mero afirmar que puedo o no puedo cambiar tiene muy poca importancia."


                 Juan Carlos
















1 comentario:

  1. Muchas gracias Joaquín! Tu comentario es en si mismo otro post que merece ser meditado en profundidad. Te agradezco mucho esta aportación y tu atención.

    ResponderEliminar