miércoles, 4 de diciembre de 2024

Curiosidades biomagnéticas

  

        



Haciendo averiguaciones acerca del papel del campo magnético terrestre en el desarrollo de la vida y  de los minerales en el subsuelo, he ido encontrando en la red diversos artículos muy interesantes, que quisiera compartir aquí. De ellos, tan solo el primero, "Naturaleza, hombre y magnetismo" fue transcrito de forma completa en este post: de los otros dos solo puse algunos fragmentos que me interesaron de un modo particular. De todas formas, estos artículos se encuentran en la red a disposición de todo el mundo.  

Después de esta nota, está en camino otra que tocará más de cerca la relación existente entre el magnetismo terrestre y la minería, la radiestesia y la alquimia.  

Nuestro planeta es un imán, no podemos permitirnos el lujo de  olvidarlo, un enorme imán a cuya influencia estamos sujetos todos: hombres, plantas, animales y minerales. 




                                




                                            I

               NATURALEZA, HOMBRE Y MAGNETISMO

"La tierra es un gran imán", esta aseveración brotó súbita y contundente al conocerse los estudios realizados por el Sputnik III, mediante los cuales se detectó el campo magnético de la Tierra a más de 100.000 km. 

Sin embargo, las características magnéticas de nuestro planeta fueron estudiadas y utilizadas por el hombre desde tiempos remotos, la brújula es un ejemplo de ello. Se ha estudiado y se conoce la influencia que sobre todos los organismos vivientes -humanos, animales y vegetales- ejerce el campo magnético de la Tierra. Este campo y su intensidad fueron evaluados por Gauss, ilustre astrónomo alemán, de quien toma el nombre la unidad de medida que lo cuantifica. El desarrollo de la vida está indisolublemente ligado a las radiaciones magnéticas y todos los organismos vivos son afectados, para bien o para mal, por este fenómeno.

El cuerpo humano es una máquina electromagnética, cuya fuente energética principal se origina en el magnetismo terrestre, aunque esta no es la única vía. El oxígeno, los alimentos, la propia actividad celular, la actividad física y mental, el fluido de los líquidos y los factores bioquímicos constituyen una producción constante de "energía biomagnética". Por todo ello, resulta comprensible que la aparición o cura de muchas enfermedades tengan como causa o como consecuencia, cambios en el potencial biomagnético del organismo.

Muchos años de investigación permitieron al doctor Kioichi Nakagawa, científico japonés, formular su teoría del "síndrome de deficiencia de campos magnéticos". Esta afección se produce en personas que permanecen gran parte de su tiempo dentro de edificaciones cuyo soporte lo constituyen inmensos enrejados de cabillas (todos los edificios modernos) que apantallan las líneas de fuerzas del campo magnético terrestre, de manera similar a lo que les ocurre a las ondas de radio cuando pasan por debajo de un puente.

El síndrome puede ser eficazmente combatido si se garantiza un mayor contacto con la naturaleza en ambientes abiertos y alejados de edificaciones, equipos y tendidos eléctricos. Caminar descalzos por el césped con frecuencia es una terapia muy recomendable para todos los que viven en las ciudades bajo las condiciones descritas. Los síntomas de esta enfermedad "moderna" son, entre otros, malestares no registrados por los exámenes clínicos y físicos; entre ellos, rigidez en los hombros, espalda y cuello, dolores en el pecho, jaquecas, pesadez en la cabeza, insomnio y cansancio general.

Las afecciones citadas anteriormente, y un gran número de enfermedades más, pueden ser curadas con una técnica terapéutica denominada magnetoterapia, sistema clínico en el que los padecimientos son tratados y curados mediante la aplicación de campos magnéticos artificiales sobre el cuerpo del paciente. En esta terapia las medicinas se consideran improcedentes. Constituye un sistema naturalista, pues persigue principalmente reforzar las potencialidades auto curativas del organismo. La magnetoterapia puede aplicarse usando equipos eléctricos generadores de campo magnético (electromagnetoterapia) o utilizando imanes permanentes (imanterapia).

El imán permanente puede obtenerse artificialmente en una industria o de manera natural, está constituido por el mineral llamado magnetita. Su uso terapéutico data de la Edad Media cuando se le atribuían a la magnetita ciertas virtudes como vigorizante y fortificadora, para detener los procesos de envejecimiento y las hemorragias, así como curar la gota, la hernia y otras enfermedades.

En su primera obra, editada en 1766, el medico Frederik Franz Antón Mesmer (1734-1815) manifiesta que los imanes tienen un alto poder curativo, ya que todos los seres animados tienen una fuerza semejante a la que denominó "magnetismo animal". Ya antes, el doctor William Gilbert (1540-1603) notable médico inglés y presidente del Colegio Médico de la Reina Isabel I había escrito un libro titulado "El magnetismo", que tuvo gran difusión. 

Ambos científicos recibieron la influencia de un médico y alquimista suizo llamado Paracelso, quien a principios del siglo XVII inició los estudios científicos sobre las fuerzas magnéticas de la naturaleza y su influencia sobre el hombre. A pesar de estos antecedentes y muchos más, Occidente impuso otros métodos terapéuticos que potenciaban su industria farmacéutica.

 No obstante, durante los últimos 50 años biomagnetistas de Estados Unidos, la antigua URSS, Japón, Inglaterra y Francia, han realizado extensas investigaciones sobre la naturaleza y alcance del campo magnético, así como sus efectos sobre los seres vivos.

La magnetoterapia transita hoy por dos vertientes fundamentales:
magnetización del agua a ingerir por las personas y aplicación directa de un campo magnético a todo el cuerpo, parte de él o zonas específicas donde se localice alguna afección.
La aplicación de un campo magnético al agua provoca cambios físicos en ella, como la disminución de la viscosidad, la tensión superficial y la acidez, entre otros. Además, propicia el aumento de la solubilidad, la conductividad eléctrica y la velocidad de disolución. Pero su efecto no es solo sobre el agua magnetizada, también tiene acción desincrustante y detergente. La ingestión de agua magnetizada puede mejorar la presión arterial y problemas digestivos y renales entre otros.
La aplicación de un campo magnético al organismo permite aliviar, en períodos sorprendentemente cortos, enfermedades que han desafiado otros métodos de tratamiento, entre ellas, el asma, dolores de espalda, artritis crónica, hipertensión arterial, fatiga mental, reumatismo, dolores de dientes, insomnio, disfunciones renales y otras.

Sin embargo, el efecto más importante, tal vez esté en el campo de la prevención, sobre todo en lo que respecta a las afecciones del corazón, los riñones y el hígado. Una detallada revisión bibliográfica sobre el tema arrojó, además de las consideraciones anteriores, en cuanto a las investigaciones con campos magnéticos que las ramas médicas más estudiadas son la neurología, la oncología y la ortopedia.

Los principales efectos de los campos magnéticos que les permiten ser usados en procesos terapéuticos son: efectos bioestimulantes, analgésicos, antiinflamatorios y antiedematosos.
Actualmente existen varias sociedades internacionales que promueven los estudios y el uso de la magnetoterapia. En Cuba se han usado equipos importados, sobre todo de la antigua URSS y Canadá, desde la década de los 70. En estos momentos numerosos centros asistenciales del país utilizan equipos importados o construidos en Cuba, guiados por el Grupo Coordinador Nacional. Son muchos también, los científicos que investigan y aplican este tratamiento que va más allá del circunstancial déficit de medicamentos, para proyectarse como una opción naturalista, eficaz, reforzadora de las potencialidades biológicas del ser humano.


Ing. Alberto Pérez Govea, Ingeniero Termoenergético, Jefe de Área de Magnetismo de la Empresa de Componentes Electrónicos. Pinar del Río, Cuba. 



                       





                                       II




 Los seres vivos son capaces de generar campos magnéticos. A pesar de ser muy débiles, estos campos ya pueden ser detectados por instrumentos sofisticados, lo que abre un nuevo campo de investigación. Estudios recientes sobre este fenómeno revelan que la detección y el análisis de los campos generados en órganos como el cerebro, corazón, pulmones, hígado y otros, pueden facilitar el diagnóstico y los tratamientos de enfermedades, entre otras aplicaciones.

Hoy las relaciones entre el magnetismo y los organismos, no sólo en el hombre, sino también en animales y plantas, conforman un campo de investigación promisorio, dividido en dos áreas básicas: Magnetobiología y Biomagnetismo (Williamson y Kaufman, 1981). La primera trata de los efectos producidos por esos campos en los organismos, lo que incluye desde la capacidad de orientación de algunos animales, como las aves, en sus vuelos migratorios, hasta los controversiales daños a la salud que provienen de la exposición a ondas electromagnéticas de baja frecuencia, como las generadas por teléfonos celulares o por redes de electricidad. 

El biomagnetismo por su parte trata de la medición de los campos magnéticos generados por los propios seres vivos. La medición de estos campos es útil para obtener información que ayude a entender los sistemas biofísicos, a realizar diagnósticos clínicos y a crear nuevas terapias. Por exigir instrumental altamente sensible, que surgió sólo hasta los años 70s, el biomagnetismo es una área relativamente nueva, si se compara con otras áreas interdisciplinarias que involucran a la física. El propósito de este artículo es describir en forma sucinta los fundamentos y aplicaciones del magnetismo en los seres vivos.

LOS CAMPOS MAGNÉTICOS BIOLÓGICOS

Los campos magnéticos producidos por el cuerpo humano y por otros seres son extremadamente tenues, situándose en la escala de
nanoteslas nT (10-9 T) a femtoteslas fT (10-15T). El tesla T es la unidad de medida de la inducción magnética o simplemente campo magnético, y su nombre homenajea al ingeniero croata, radicado en los Estados Unidos, Nikola Tesla (1857-1943). 
Como comparación, el campo magnético la Tierra es del orden de 50,000 nT.

Los campos magnéticos biológicos tienen su origen en las corrientes eléctricas que circulan en algunas células, como en el sistema nervioso y en el corazón, o en materiales magnéticos acumulados en ciertos órganos, como el hígado y los pulmones. Medir tales campos permite localizar la región que los produce y determinar la intensidad de la corriente o la concentración de los materiales magnéticos acumulados. 
Esa tarea es dificultada por su baja intensidad y por la presencia de otros campos magnéticos, de la Tierra y de la red eléctrica, por ejemplo, mucho más intensos, el llamado “ruido ambiental”.
  


                              III

Hay bacterias magnéticas y algunos organismos celulares que contienen partículas magnéticas suficientes como para orientar a estos seres sobre las líneas del campo geomagnético. En las abejas, moscas, mariposas, tortugas, tiburones, salmones, atunes, ballenas, delfines y palomas, entre otras especies animales, se han detectado formas de orientación basadas en las líneas geomagnéticas del planeta. Ejemplo de ello es la abeja Apis mellifera, quien posee magnetita en su abdomen que dadas las propiedades ferromagnéticas permite explicar su magneto-percepción, caso similar es el de la hormiga Pachycondyla marginata en la que se ha confirmado la presencia de material magnético en su cuerpo y el de la Solepnopsis invicta en el que se observó una sensibilidad magnética relacionada con la búsqueda de comida. Algunos vertebrados se ha determinado que pueden orientarse en largos viajes empleando las líneas del campo magnético terrestre debido a la presencia de células magnetoreceptoras ubicadas en la nariz. 


Fuentes:     I "Naturaleza, hombre y magnetismo" Artículo publicado por Alberto Pérez Govea (2002)

              II  "Biomagnetismo: el magnetismo del cuerpo humano" Artículo publicado por el instituto de física de la Universidad de Guanajuato. (2001)

             III  "Campos magnéticos y sus efectos biologicos", J. A. Sarta Fuentes, y J. G. Bobadilla Rojas (2004) 





                          Juan Carlos






















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