miércoles, 13 de diciembre de 2017

Rabelais y la Catedral de Palabras






Acompañados por la música de Focus, le echaremos un vistazo a un artículo del arqueólogo Grasset d'Orcet que relaciona a Rabelais con los constructores de las catedrales góticas. Nos habla, además, del lenguaje de imágenes que era uno de los secretos de estas cofradías de albañiles, el mismo código que usaron los romanos, los griegos y los egipcios en los adornos de sus templos.

No suscribo nada de lo que se dice en este artículo: simplemente no me encuentro cualificado para emitir un juicio competente. Pero lo encuentro muy interesante. Si alguien sabe más sobre el tema, desearía que se pusiera en contacto conmigo, para formar, tal vez, un grupo de investigación.







En un principio me había propuesto presentar aquí la traducción completa del artículo Rabelais et les Quatre Premiers Livres de Pantagruel escrito por Grasset d'Orcet, y publicado en 1897 en la Revue Britannique. Pero, finalmente, decidí limitarme a traducir las partes del escrito que juzgué más interesantes, concretamente aquellas que me parece que arrojan más luz sobre el lenguaje del blasón tal y como lo  explica el mismo Grasset d'Orcet. 
Dice este autor al principio del mencionado artículo que en el  mundo antiguo, los artistas pertenecían a las clases altas de la sociedad, pero que en la Edad Media esto dejó de ser así. Vayamos directamente a la fuente:



"En la Edad Media, el arte cambia completamente de carácter; las clases dominantes son de origen bárbaro y lo desprecian soberanamente considerándolo como un oficio de villanos. Los caballeros del siglo XI piden muchos escudos de armas y divisas, pero no tratan de entenderlos salvo en lo que concierne a sus recuerdos familiares. Por lo tanto, el arte sigue siendo patrimonio exclusivo de las clases dominadas, que le confían sus penas, su dolor y sus rencores hacia Dios y los hombres, porque hoy es sabido que la mayoría de los edificios religiosos de la Edad Media merecerían más bien el nombre de edificios irréligiosos."


 Según este análisis de Grasset d'Orcet, los edificios religiosos de la Edad Media están plagados de críticas y sátiras sobre la autoridad terrenal y el clero, pero eso si, en un lenguaje velado, que sin embargo, en aquellos tiempos no era patrimonio exclusivo de unos pocos iniciados; su conocimiento era bastante extendido.
En cuanto al blasón heráldico que compone los escudos de armas de los caballeros, según él, sería una de tantas aplicaciones de este lenguaje figurado cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. 







Sigue el autor:

"Todos los artistas de esa época estaban organizados en gremios o corporaciones necesariamente unidas por vínculos muy estrechos con esas compañías errantes de obreros conocidos como "francmasones", que recorrían el país en busca de iglesias, puentes o castillos para construir. Aquellos que los necesitan negocian con el jefe electo de la banda y firman un contrato que asegura a los obreros o compañeros el salario, la comida y la ropa. Entonces, si se trata de una iglesia, el obispo coloca la primera piedra en una gran ceremonia, rodeado por todo su clero."

"Felices de abandonar su vida errante y de encontrar trabajo durante una larga temporada, los pobres albañiles improvisan barracas de madera alrededor del lugar de la obra. Es allí donde pasarán toda su vida con sus familias, atrapados en su trabajo como el siervo a su gleba. Sus hijos, sus mujeres, y sus hijas también, les ayudarán tanto a transportar los materiales como a esculpir las puertas; ellos son los aprendices que les sucederán a su muerte en esta especie de feudo de trabajo. "








"A partir de entonces, la ciudad donde se construirá la catedral se convierte en el hogar del tallador de piedras. Se casará con las ideas, los problemas y las disputas de sus ciudadanos y modificará sus composiciones y su estilo de acuerdo con las pasiones de la multitud. No se sorprendan si saca de su cincel monstruosas caricaturas e imágenes obscenas; la Iglesia no se ocupa de ello, y le permite trabajar la piedra a su gusto; Apenas, de vez en cuando, le obligará a pagar algún canon ."








"Esta singular tolerancia de la Iglesia Romana ha sido atribuida a su ignorancia; pero lo cierto es  que, por lo contrario, ella tenía la clave del lenguaje figurado de los francmasones, y que, mientras los emperadores bizantinos proscribían las imágenes, porque se usaban para conspirar contra ellos, los papas, a despecho de la opinión de muchos obispos, persistieron en mantener abierta esa válvula de escape de los malos humores populares, y constantemente concedían a los artistas total libertad para elegir la forma que darle a un capitel o a un portal; Es cierto que nunca quisieron admitirlo cuando viajaban a la ciudad pontificia, pero les bastaba con que este tipo de escritura resultara impenetrable para el vulgo; y no hay constancia de ningún artista que fuera importunado por orden de la corte de Roma por las impiedades que tallara en todas partes, y que los eclesiásticos leían perfectamente, pero estaban atados como los demás por un juramento de control que nunca sería violado. Además, por cada verso contra el infierno, había cientos contra los nobles, a quienes el clero odiaba no menos que la burguesía; y en cuanto a aquellos hombres ataviados con mallas de hierro, eran a la vez demasiado orgullosos y demasiado bobos como para prestar la más mínima atención a las esculturas de las iglesias."





El autor nos introduce en un mundo fascinante: albañiles itinerantes afiliados a un gremio depositario de una serie de secretos de oficio, entre los que ocupa un importante lugar el lenguaje figurado con el que adornaban los edificios con historietas llenas de sarcasmo hacia la autoridad, pero también con enseñanzas  tomadas de la espiritualidad pagana y cristiana.

Continúa Grasset d'Orcet:

"Si se necesitaba un artista experto, se lo hacía venir de París. Desde el siglo VI, la supremacía artística de esta ciudad se había establecido en toda Europa, y los francmasones de Ile-de-France llevaron a Inglaterra el arte, el idioma y las costumbres de la Francia merovingia, que había sometido a los conquistadores anglosajones a la influencia francesa mucho antes de que cayeran bajo el yugo del bastardo de Normandía. No debería pues sorprender, si el francés ha sido el idioma adoptado por todas las tribus francmasónicas de Europa mucho antes de la fecha en que hizo la entrada oficial en el mundo con el famoso juramento de Lothair y Charles the Bald, porque todo lo que se ha recogido de la antigua ley gala demuestra que era un dialecto bastante cercano al latín, a tal punto que en el asedio de Gergovia, César no se atrevió a escribir una carta en este idioma, porque esta podría caer en manos de los galos y todos la entendieran. 

Por lo tanto, por la similitud que existe entre los dialectos italianos del norte del Po y del propio francés,  debemos concluir que el idioma romano era solo uno de los muchos dialectos de la gran familia gala, con una gramática probablemente modelada después por los griegos, porque lo poco que tenemos en epígrafes galos indica formas gramaticales tan simplificadas como las del siglo XI, y la mayoría de las veces carecen de terminaciones latinas. 

Tal era el dialecto que las compañías de masones itinerantes llevaban a todas partes con ellos, muchos siglos antes de que se convirtiera en lengua diplomática, y lo transmitían religiosamente a sus descendientes, mientras que adoptaban el del país para sus relaciones con los indígenas. Fue en el dialecto de Île-de-France que se escribieron todos sus planes y anotaciones jeroglíficas; porque no confiaron los secretos de su corporación a la escritura vulgar, y hay una gran cantidad de pruebas que demuestran que la escritura jeroglífica que apareció en el siglo XI bajo el nombre de "blasón", ya era de uso general en el período galo. De estas pruebas mencionaré solo las más conocidas. Durante todo el gobierno romano, la ciudad de Lyon (Lugdunum) ha conservado su escudo de armas galo: un cuervo en una montaña ("Lug" en galo, cuervo, "dun", montaña)."

Los albañiles se apodaban a sí mismos "grinches (abejas) laboriosos", mientras que "avispones" era un epíteto de "no iniciados". Ellos eran los masones operativos, los de verdad, que no se si tendrán mucho que ver con la masonería moderna... 


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Continúa el autor:


"Es precisamente para que sobreviviera esta enseñanza en imágenes que los papas opusieron una fuerte resistencia a los emperadores iconoclastas; ellos entendían tan bien el idioma de los franc- masones, que en el décimo y undécimo siglo las iglesias románicas eran todas catecismos en acción, cuya puerta oriental es el Decálogo."






Refiriéndose al sentir popular, Grasset hace esta cita:

"La catedral era el único libro que podía escribir, expresaba todas sus emociones y todos sus sueños. Él se ha petrificado a sí mismo en toda su belleza y fealdad. Cuando esté cansado de cincelar tales montañas de piedra, utilizará la prosa para crear aún monumentos hechos a su propia imagen. Su última catedral, la más majestuosa y la más grotesca, la más cínica y la más enigmática, se llama Pantagruel y fue obra del "clérigo François Rabelais". (P. Rosières.)

"En general, esta apreciación del trabajo de Rabelais es la más nueva, audaz y precisa que se haya dado; porque es evidente para quienes han estudiado el arte de la Edad Media que el Pantagruel fue compuesto de la misma manera que las catedrales góticas, y que su autor tenía la llave de todos sus misterios; en resumen, que él mismo fue uno de los altos dignatarios del país de Lanternois, que tan a menudo se menciona en su libro.

No debemos olvidar que la mayoría de los conventos tenían escuelas de arquitectura iniciadas a todos los secretos de los grinches (abejas) laboriosos y que probablemente fue en una de estas escuelas que Rabelais aprendió los secretos de este arte en el que sabemos él era un maestro. Esto es tan cierto que en el momento en que vivió, los arquitectos, aunque construyeron infinitamente más palacios que iglesias, eran casi todos abades, como Pierre Lescot y Philibert Delorme, que era, como El abate de Saint-Eloi es bien conocido, y aunque no eran muy exigentes con ellos en cuestiones de clero, aún estaban obligados a recibir órdenes menores y someterse al celibato. Pero ya en Italia la arquitectura era absolutamente profana."



"Si echamos un vistazo general a la larga carrera proporcionada por los ingeniosos grinches, podemos dividirla en tres grandes períodos: el de las catedrales, que va del siglo VI al XVI; el de los castillos, casi exclusivamente limitado al Renacimiento; y el de la decoración, que no es ni el menos interesante ni el menos brillante de los tres, y que incluye todo el arte decorativo tan exclusivamente francés del siglo XVIII." 







Según este peculiar autor, pues, Rabelais edificó en los cuatro primeros libros de Gargantúa y Pantagruel, una gigantesca catedral en prosa y dibujos, azaña que, según parece, sólo fue precedida por El Sueño de Polífilo, obra del arquitecto italiano  Francesco Colonna.
Se que esta visión de la historia no es  muy común, y que seguramente no será compartida por la academia. No la publico para convencer a nadie de que las cosas hayan sido así: tomenla como una ficción si lo prefieren, porque, en cualquier caso, aunque no fuera verdadera, sigue siendo muy bella. 


                              el Canario







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