La imagen popular del alquimista es la de un hombrecillo obstinado que, rodeado de alambiques, retortas, búhos disecados y grandes libros polvorientos, se ha aislado del resto de la humanidad en su afán por obtener el oro y el elixir de la inmortalidad.
Dejando a un lado este personaje pintoresco, quizás nos preguntemos quienes son los alquimistas genuinos, y qué es lo que realmente buscan.
Lo que encontrarán aquí es una mezcla de mis lecturas y de mis intuiciones con respecto a esta cuestión. Espero que, aunque puedan no estar de acuerdo en muchas cosas de las que digo aquí, disfruten al menos de la poesía y de la magia que transpira este hermoso sueño de la humanidad llamado alquimia.
Nos acompañará en nuestro recorrido Steve Hackett con su "Voyage of the Acolyte".
"La alquimia es la permutación de las formas por la luz, en otras palabras, fuego o mejor el Espíritu"
Fulcanelli
¿Cual es la cosmovisión de los alquimistas? ¿Cuales son los principios básicos que vertebran la noción que tienen de la naturaleza y del ser humano? ¿Qué buscan realmente? Sin hacernos esas preguntas nos será muy difícil ir más allá de los estereotipos y de los flujos de opinión dominantes en la actualidad.
El universo, tal y como lo perciben los filósofos químicos (otro nombre que se les da a los alquimistas), es un ser viviente. Todo en él es vida. Leo en un artículo de Amorím de la Costa:
"Como el hombre, toda la naturaleza nace, vive y muere. Toda ella es, también, sexuada y fecunda. En ella, por todas partes, está presente el elemento masculino y el elemento femenino de cuya unión resulta la continuación permanente de la Vida. Nacen, crecen y mueren, en renovación continua de la vida, el hombre, las plantas y los animales, al igual que nacen, crecen y mueren, en el seno de la Tierra madre, como el feto en el útero materno, resultado de una unión fecunda de lo masculino y lo femenino, los minerales, las piedras y los metales."
En las entrañas de la tierra los minerales crecen y se desarrollan con extrema lentitud, cada uno a su ritmo. Todo, las piedras, los metales, los cristales de las rocas, estarían impulsados por un misterioso aliento vital que sería la Quintaesencia, el quinto elemento. Todo en la naturaleza se encuentra en un proceso de perpetua transmutación.
El último gran alquimista, Fulcanelli, dice en su obra, Las Moradas Filosofales:
"La actividad vital, muy aparente entre los animales y los vegetales, no lo es mucho menos en el reino mineral, aunque exija del observador una atención más aguda. Los metales, en efecto, son cuerpos vivos y sensibles, de lo que son testigos el termómetro y el mercurio, las sales de plata, los fluoruros, etc. ¿Qué es la dilatación y la contracción sino dos efectos del dinamismo metálico, dos manifestaciones de la vida mineral? Sin embargo, no le basta al filósofo comprobar tan sólo el alargamiento de una barra de hierro sometida al calor, sino que todavía le es preciso investigar qué voluntad oculta obliga al metal a dilatarse. Se sabe que éste, bajo la impresión de las radiaciones calóricas, abre sus poros, distiende sus moléculas y aumenta de superficie y de volumen. En cierto modo, se expande, como lo hacemos nosotros,bajo la acción de los benéficos efluvios solares. No se puede negar, pues, que semejante reacción tenga una causa profunda inmaterial, pues no sabríamos explicar, sin ese impulso, qué fuerza obligaría a las partículas cristalinas a abandonar su aparente inercia. Esta voluntad metálica, el alma misma del metal, queda claramente puesta en evidencia en uno de los hermosos experimentos hechos por Ch.-Ed. Guillaume. Una barra de acero calibrado es sometida a una tracción continua y progresiva cuya potencia se registra con ayuda del dinamógrafo. Cuando la barra va a ceder, manifiesta un estrangulamiento cuyo lugar exacto se fija. Se detiene la extensión y la barra vuelve a sus dimensiones primitivas. Luego, se reanuda el experimento. Esta vez, el estrangulamiento se produce en un punto distinto del primero. Prosiguiendo la misma técnica,se advierte que todos los puntos han sido experimentados sucesivamente y que han ido cediendo, uno tras otro, a la misma tracción. Pero si se calibra una última vez la barra de acero, reanudando el experimento por el principio, se advierte que es preciso emplear una fuerza muy superior a la primera para provocar la aparición de los síntomas de ruptura. Ch.-Ed. Guillaume concluye de esos ensayos, con mucha razón, que el metal se ha comportado como lo hubiera hecho un cuerpo orgánico: ha reforzado sucesivamente todas sus partes débiles y aumentado a propósito su coherencia para mejor defender su integridad amenazada. Una enseñanza análoga se desprende del estudio de los compuestos salinos cristalizados. Si se quiebra la arista de un cristal cualquiera y se lo sumerge, así mutilado,en el agua madre que lo produjo no sólo se lo ve reparar de inmediato su herida, sino incluso acrecentarse con una velocidad mayor que la de los cristales intactos que han permanecido en la misma solución. Descubrimos aun una prueba evidente de la vitalidad metálica en el hecho de que, en América, los raíles de las vías férreas muestren, sin razón aparente, los efectos de una singular evolución. En ninguna parte son más frecuentes los descarrilamientos ni más inexplicables las catástrofes. Los ingenieros encargados de estudiar la causa de estas múltiples rupturas la atribuyen al «envejecimiento prematuro» del acero. Bajo la influencia probable de condiciones climáticas especiales, el metal envejece rápidamente, desde muy pronto, pierde su elasticidad, su maleabilidad y su resistencia, y la tenacidad y la cohesión parecen disminuidas hasta el punto de volverlo seco y quebradizo. Esta degeneración metálica, por otra parte, no se limita tan sólo a los raíles, sino que extiende sus estragos a las placas de blindaje de los navíos acorazados, las cuales quedan fuera de servicio, por lo general tras algunos meses de uso. Al ensayarlas, se sorprenden de verlas quebrarse en muchos fragmentos con el choque de una simple granada rompedora. El debilitamiento de la energía vital, fase normal y característica de decrepitud, de senilidad del metal, es un claro signo precursor de su muerte próxima."
Los Cuatro Elementos
Como muchos saben, los alquimistas, casi siempre, se expresan en sus escritos en un lenguaje velado, rico en alegorías y juegos de palabras. Por esa razón sus libros son oscuros e incomprensibles para la mayoría.
Teniendo en cuenta lo dicho, cuando ellos hablan de los cuatro elementos, no se refieren a ellos tal y como los conciben la química y la física modernas; Para la alquimia estos elementos son simples cualidades primarias existentes en todas las cosas.
La Tierra es el símbolo del estado sólido; el Agua del líquido. El Aire, de lo volátil. El Fuego, aún más sutil, corresponde a las nociones de flujo energético, de luz, de calor y de electricidad.
Conforme a la doctrina alquímica, junto a esos cuatro elementos, existiría un quinto, que es la esencia, y la fuerza que lo mueve todo. El conocimiento de esa dinámica oculta, de esa fuerza misteriosa que impulsa toda forma en evolución, es uno de los objetivos de esta ciencia espiritual.
Los tres Principios
Los cuatro elementos interactúan entre si conformando los tres principios fundamentales: Sal, Azufre y Mercurio.
Dice el alquimista Michel Sendivogius: "el fuego empezó a actuar sobre el aire y produjo azufre; el aire actuó sobre el agua y produjo mercurio; el agua,
mediante su actuación sobre la tierra, produjo sal. Solamente la tierra, que no tiene nada más sobre lo que actuar, no produjo nada, pero se convirtió en la nodriza o en la matriz de estos tres principios".
Los textos herméticos, cuando mencionan la Sal, el Azufre y el Mercurio, tampoco están haciendo referencia a los cuerpos químicos vulgares que designamos con estos nombres, sino a los tres misteriosos componentes con los que se lleva a cabo la gran obra alquímica, que constituyen uno de los grandes enigmas de esta ciencia ancestral. La Sal, el Azufre y el Mercurio son, como dice Richard Khaitzine, los actores del drama alquímico.
El alquimista, en su laboratorio, tanto en el plano mineral como en el personal, pretende lograr que un proceso evolutivo que de otra manera se dilataría por milenios, llegue a su culminación en un tiempo considerablemente breve. Este es, creo, el objetivo supremo del trabajo alquímico: el de llevar a su plenitud la naturaleza entera a través del hombre, su manifestación más sofisticada en el planeta, mientras que la transmutación de los metales viles en oro sería tan solo una aplicación secundaria y de escaso interés para el alquimista auténtico.
Del mismo modo que los minerales evolucionan hasta encontrar su perfección en el oro, en el ser humano también pueden tener lugar procesos transmutatorios análogos que le conduzcan del nivel más vil (plomo), al más elevado (oro).
Pero en el lenguaje figurado de la alquimia, los que allí se llaman metales no siempre son los metales corrientes, sino que simbolizan otra cosa.
Pero en el lenguaje figurado de la alquimia, los que allí se llaman metales no siempre son los metales corrientes, sino que simbolizan otra cosa.
En la anatomía oculta del hombre, los Chackras, (sus siete principales centros energéticos) corresponderían a los siete metales de la tradición alquímica.
La relación de la alquimia con el yoga kundalini o las prácticas taoistas de Chi Kung para mi es evidente.
Esa evidencia está respaldada por el hecho de que la antigua alquimia taoísta (que enseña unas técnicas muy similares a las mencionadas anteriormente), se expresa en sus textos en términos muy parecidos a los de la alquimia árabe y europea. En la ilustración de arriba se observa en la parte inferior del cuerpo del sujeto una especie de crisol, más o menos a la altura del Tan Tien; ese crisol puede darnos pistas de lo que simboliza el Atanor de la alquimia europea.
el Canario
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