Alquimista, espadachín y poeta, Cyrano de Bergerac (conocido sobre todo por su descomunal nariz), es un personaje que me ha fascinado desde una edad muy temprana.
Su obra "El Otro Mundo: La Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol y de la Luna", fue uno de los libros que más encendieron mi imaginación durante la adolescencia. Todavía conservo mi viejo y manido ejemplar de bolsillo (colección Austral, Espasa-Calpe).
Se trata de una ficción con un regusto entre barroco y psicodélico, en la que Cyrano narra dos viajes interplanetarios de los que él mismo es protagonista, uno a la luna, y el otro al sol, a bordo de extravagantes máquinas voladoras de su propia invención.
Una de las escenas que mas me fascinan e intrigan de este viaje poético, y, para algunos, iniciático, es la del combate entre la Rémora y la Salamandra, dos monstruos míticos de los que les voy a hablar a continuación. La música es de Absolute Elsewhere y de Jethro Tull.
La alquimia, es, y ha sido siempre, un palacio cerrado a cal y canto, un torreón sin ningún acceso, en cuyo interior se dice que guarda fabulosos tesoros. Sólo unos pocos elegidos consiguen penetrar, no se sabe cómo, en el interior de esa torre herméticamente cerrada... pero eso no nos impide al resto de los mortales recrearnos en sus símbolos, sus figuras, sus mitos y sus leyendas, que nos pueden brindar muchos momentos de profundo goce estético. En esta nota hablaré de un hermoso mito alquímico, y lo haré desde esa misma perspectiva, sin pretender entender su intrincado simbolismo, ni descifrar sus claves; me refiero al combate de la Rémora y la Salamandra que se encuentra en "El Otro Mundo: La Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol", obra de Cyrano de Bergerac.
Cyrano de Bergerac, famoso poeta, pensador y hombre de armas del siglo XVII, también tuvo, al parecer, otros intereses menos conocidos, como la física y la alquimia, por ejemplo. Es también uno de los precursores de la ciencia ficción, al haber escrito una fascinante obra titulada "El Otro Mundo: La Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol y de la Luna", en la que relata unos viajes fantásticos que emprende primero a la luna, y luego al sol, en unas estrafalarias máquinas voladoras diseñadas y construidas por él mismo.
El mítico combate entre la Rémora y la Salamandra, se desarrolla en el segundo libro de esta obra, titulado Viaje al Sol. Los dos monstruos se enfrentan sobre la superficie del Astro Rey, que en la ficción de Cyrano no es ese infierno inhabitable donde las elevadas temperaturas harían imposible cualquier forma de vida, sino un exuberante vergel lleno de hermosos jardines y criaturas mitológicas, contrariamente a lo que enseña la ciencia moderna.
LA SALAMANDRA
"No sólo es un pequeño dragón que vive en el fuego; es también (si el diccionario de la Academia no se equivoca) «un batracio insectívoro de piel lisa, de color negro intenso con manchas amarillas simétricas». De sus dos caracteres el más conocido es el fabuloso, y a nadie sorprenderá su inclusión en este manual. En el libro X de su Historia, Plinio declara que la salamandra es tan fría que apaga el fuego con su simple contacto; en el XXI recapacita, observando incrédulamente que si tuviera esta virtud que le han atribuido los magos, la usaría para sofocar los incendios. En el libro XI, habla de un animal alado y cuadrúpedo, la pyrausta, que habita en lo interior del fuego de las fundiciones de Chipre; si emerge al aire y vuela un pequeño trecho, cae muerto. El mito posterior de la salamandra ha incorporado el de ese olvidado animal. El fénix fue alegado por los teólogos para probar la resurrección de la carne; la salamandra, como ejemplo que en el fuego pueden vivir los cuerpos. En el libro XXI de la Ciudad de Dios de San Agustín, hay un capítulo que se llama Si pueden los cuerpos ser perpetuos en el fuego y que se abre así: ¿A qué efecto he de demostrar sino para convencer a los incrédulos de que es posible que los cuerpos humanos, estando animados y vivientes, no sólo nunca se deshagan y disuelvan con la muerte, sino que duren también en los tormentos del fuego eterno? Porque no les agrada que atribuyamos este prodigio a la omnipotencia del Todopoderoso, ruegan que lo demostremos por medio de algún ejemplo. Respondemos a éstos que hay efectivamente algunos animales corruptibles porque son mortales, que, sin embargo, viven en medio del fuego (....). Al promediar el siglo XII, circuló por las naciones de Europa una falsa carta, dirigida por el Preste Juan, Rey de Reyes, al emperador bizantino. Esta epístola, que es un catálogo de prodigios, habla de monstruosas hormigas que excavan oro, y de un Río de Piedras, y de un Mar de Arena con peces vivos, y de un espejo altísimo que revela cuanto ocurre en el reino, y de un cetro labrado de una esmeralda, y de guijarros que confieren invisibilidad o alumbran la noche. Uno de los párrafos dice: «Nuestros dominios dan el gusano llamado salamandra. Las salamandras viven en el fuego y hacen capullos, que las señoras de palacio devanan, y usan para tejer telas y vestidos. Para lavar y limpiar estas telas las arrojan al fuego.» De estos lienzos y telas incombustibles que se limpian con fuego, hay mención en Plinio (XIX, 4) y en Marco Polo (XXXIX). Aclara este último «La salamandra es una sustancia, no un animal.» Nadie, al principio, le creyó; las telas, fabricadas de amianto, se vendían como de piel de salamandra y fueron testimonio incontrovertible del hecho que la salamandra existía. En alguna página de su Vida, Benvenuto Cellini cuenta que, a los cinco años, vio jugar en el fuego a un animalito, parecido a la lagartija. Se lo contó a su padre. Éste le dijo que el animal era una salamandra y le dio una paliza, para que esa admirable visión, tan pocas veces permitida a los hombres, se le grabara en la memoria. Las salamandras, en la simbología de la alquimia, son espíritus elementales del fuego.(...) En otro artículo veremos cómo Aristóteles logró animales del aire. Leonardo da Vinci entiende que la salamandra se alimenta de fuego y que éste le sirve para cambiar la piel."
"No sólo es un pequeño dragón que vive en el fuego; es también (si el diccionario de la Academia no se equivoca) «un batracio insectívoro de piel lisa, de color negro intenso con manchas amarillas simétricas». De sus dos caracteres el más conocido es el fabuloso, y a nadie sorprenderá su inclusión en este manual. En el libro X de su Historia, Plinio declara que la salamandra es tan fría que apaga el fuego con su simple contacto; en el XXI recapacita, observando incrédulamente que si tuviera esta virtud que le han atribuido los magos, la usaría para sofocar los incendios. En el libro XI, habla de un animal alado y cuadrúpedo, la pyrausta, que habita en lo interior del fuego de las fundiciones de Chipre; si emerge al aire y vuela un pequeño trecho, cae muerto. El mito posterior de la salamandra ha incorporado el de ese olvidado animal. El fénix fue alegado por los teólogos para probar la resurrección de la carne; la salamandra, como ejemplo que en el fuego pueden vivir los cuerpos. En el libro XXI de la Ciudad de Dios de San Agustín, hay un capítulo que se llama Si pueden los cuerpos ser perpetuos en el fuego y que se abre así: ¿A qué efecto he de demostrar sino para convencer a los incrédulos de que es posible que los cuerpos humanos, estando animados y vivientes, no sólo nunca se deshagan y disuelvan con la muerte, sino que duren también en los tormentos del fuego eterno? Porque no les agrada que atribuyamos este prodigio a la omnipotencia del Todopoderoso, ruegan que lo demostremos por medio de algún ejemplo. Respondemos a éstos que hay efectivamente algunos animales corruptibles porque son mortales, que, sin embargo, viven en medio del fuego (....). Al promediar el siglo XII, circuló por las naciones de Europa una falsa carta, dirigida por el Preste Juan, Rey de Reyes, al emperador bizantino. Esta epístola, que es un catálogo de prodigios, habla de monstruosas hormigas que excavan oro, y de un Río de Piedras, y de un Mar de Arena con peces vivos, y de un espejo altísimo que revela cuanto ocurre en el reino, y de un cetro labrado de una esmeralda, y de guijarros que confieren invisibilidad o alumbran la noche. Uno de los párrafos dice: «Nuestros dominios dan el gusano llamado salamandra. Las salamandras viven en el fuego y hacen capullos, que las señoras de palacio devanan, y usan para tejer telas y vestidos. Para lavar y limpiar estas telas las arrojan al fuego.» De estos lienzos y telas incombustibles que se limpian con fuego, hay mención en Plinio (XIX, 4) y en Marco Polo (XXXIX). Aclara este último «La salamandra es una sustancia, no un animal.» Nadie, al principio, le creyó; las telas, fabricadas de amianto, se vendían como de piel de salamandra y fueron testimonio incontrovertible del hecho que la salamandra existía. En alguna página de su Vida, Benvenuto Cellini cuenta que, a los cinco años, vio jugar en el fuego a un animalito, parecido a la lagartija. Se lo contó a su padre. Éste le dijo que el animal era una salamandra y le dio una paliza, para que esa admirable visión, tan pocas veces permitida a los hombres, se le grabara en la memoria. Las salamandras, en la simbología de la alquimia, son espíritus elementales del fuego.(...) En otro artículo veremos cómo Aristóteles logró animales del aire. Leonardo da Vinci entiende que la salamandra se alimenta de fuego y que éste le sirve para cambiar la piel."
El Diccionario Mito-Hermético de Dom Pernety, define la Salamandra desde el punto de vista alquímico:
"Especie de lagarto que según pensaban los antiguos, podía vivir en el fuego sin ser consumido por él. Los filósofos herméticos han tomado este animal como símbolo de su piedra fijada al rojo, porque la han llamado Salamandra, concebida y que vive en el fuego. A veces han dado ese nombre a su mercurio, pero más ordinariamente a su azufre incombustible. La Salamandra, que se alimenta de fuego, y el Fénix, que renace de sus cenizas son los dos símbolos más comunes de ese Azufre."
"(...) La rémora es un pez de color ceniciento; sobre la cabeza y la nuca tiene una placa oval, cuyas láminas cartilaginosas le sirven para adherirse a los demás cuerpos submarinos, formando con ella el vacío. Plinio declara sus poderes: Hay un pescado llamado la rémora, muy acostumbrado a andar entre piedras, el cual, pegándose a las carenas, hace que las naos se muevan más tardas, y de aquí le pusieron el nombre, y por esta causa es también infame hechicería, y para detener y obscurecer los juicios y pleitos. Pero estos males los modera con un bien, porque retiene en el vientre las criaturas hasta el parto. No es bueno ni se recibe para manjares. Entiende Aristóteles tener este pescado pies, pues tiene puestas de tal manera la multitud de sus escamas que lo parecen... Trebio Negro dice que este pez es del largo de un pie y del grueso de cinco dedos y que detiene los navíos y, fuera de esto, que poniéndole conservado en sal tiene la virtud que el oro caído en profundísimos pozos lo saca pegado a él."
del "Libro De Los Seres Imaginarios" de Borges
El Diccionario Mito-Hermético dice a su vez de la Rémora:
"Nombre de un pececillo del que los antiguos decían tenía la propiedad de detener el curso de un barco aunque estuviese bogando a toda vela. Los filósofos herméticos han dado el nombre de Rémora y de Echeneis, a la parte fija de la materia de la Obra, por alusión a la pretendida propiedad de ese pez, pués esa materia fija detiene a la parte volátil, fijandola."
Ahora que nos hemos familiarizado con estos dos seres imaginarios, pasaré a transcribir aquí el episodio en el que Cyrano presencia el combate que se desencadena entre ellos:
"...nos quedamos los dos sin hablar para prestar atención al famoso duelo de la Salamandra y la Rémora.
Aquélla atacaba con mucho ardimiento, pero ésta resistía sus ataques impenetrablemente. Cada choque que entre ellas se producía engendraba un gran trueno, como sucede en los mundos que hay alrededor de éste, en los cuales cuando una nube cálida se encuentra con una fría produce el mismo ruido.
A cada mirada de cólera que dirigía contra su enemigo, brotaba de los ojos de la Salamandra una luz roja, con la cual el aire parecía encenderse; al volar sudaba una especie de aceite hirviente y meaba salfumánt.
La Rémora por su parte, gruesa, pesada y cuadrada, mostraba un cuerpo lleno de escamas de hielo. Sus grandes ojos parecían dos platos de cristal, cuyas miradas producían una luz tan fría que yo sentía palpitar el invierno en todas las partes de mi cuerpo donde ella los posaba. Si quería protegerme con mi mano, era ésta la que quedaba helada; hasta el aire alrededor de esta bestia se convertía en espesa nieve cuando sufría su rigor; la tierra se endurecía bajo sus pasos y podían contarse las huellas de la bestia por la cantidad de escalofríos que yo sentía cuando andaba por encima de ellas.
Al empezar el combate, la Salamandra, merced a la vigorosa impetuosidad de su primer ardor, había hecho sudar a la Rémora; pero a la larga, y como este sudor se enfriase, ésta esmaltó toda la llanura con una escarcha tan resbaladiza que la Salamandra ya no podía alcanzarla sin caerse. El filósofo y yo pudimos observar claramente que con tantas veces de caerse y levantarse se había cansado, pues los grandes truenos que antes eran tan espantosos, producidos por el choque con que acometía a su enemigo, ya no eran más que ese sordo ruido de los pequeños truenos que suceden al final de una tempestad; hasta que este ruido sordo, disminuyendo poco a poco, degeneró en un estremecimiento parecido al que produce un hierro rojo sumergido en agua fría.
Cuando la Rémora advirtió por el debilitamiento del choque, que ya apenas la dañaba, que el combate se acercaba a su fin, se irguió sobre un ángulo de su cubo y dejóse caer con todo su peso sobre el estómago de la Salamandra, con tan buena fortuna que el corazón de la pobre Salamandra, en el que todo el resto de su ardor se había concentrado, se reventó, produciendo un trueno tan espantoso que no creo que pueda compararse con ningún ruido de la Naturaleza.
Así murió la Bestia de Fuego, vencida por la lenta resistencia del animal de Hielo."
Bueno, empecé citando a Borges y a Dom Pernety, continué con Cyrano de Bergerac, y concluiré con Fulcanelli, el alquimista moderno que dejó como legado dos libros que se han convertido en una especie de Biblia alquímica para muchísimos investigadores de la ciencia hermética: El Tesoro de las catedrales, y Las Moradas Filosofales. Del último de los dos, sacaré algunos fragmentos en los que el autor da una interpretación esotérica del legendario combate:
"...Rudo es el combate que el artista debe librar con los elementos si quiere triunfar de la gran prueba. Como el caballero errante, le es preciso orientar su marcha hacia el misterioso jardín de las Hespérides y provocar al horrible monstruo que impide la entrada en él. Tal es, para permanecer en la tradición, el lenguaje alegórico por el cual los sabios entienden revelar la primera y más importante de las operaciones de la Obra. En verdad, no es el alquimista en persona quien desafía y combate al dragón hermético, sino otra bestia igualmente robusta, encargada de representarlo y a la que el artista, haciendo el papel de espectador prudente, sin cesar dispuesto a intervenir, debe animar, ayudar y proteger. Él es el maestro de armas de este duelo extraño y sin piedad.
Pocos autores han hablado de este primer encuentro y del peligro que implica. Que nosotros sepamos, Cyliani es, ciertamente, el adepto que ha llevado más lejos la descripción metafórica que da del asunto. Sin embargo, en ninguna parte hemos descubierto una narración tan detallada, tan exacta en sus imágenes, tan cercana de la verdad y de la realidad como la del gran filósofo hermético de los tiempos modernos: De Cyrano Bergerac. No es bastante conocido este hombre genial cuya obra, mutilada adrede, debía, sin duda, abarcar toda la extensión de la Ciencia. Estos dos principios, de naturaleza y tendencias contrarias, de complexión opuesta, manifiestan entre sí una antipatía y una aversión irreductibles. En presencia uno del otro, se atacan furiosamente, se defienden con aspereza, y el combate, sin tregua ni cuartel, no cesa sino por la muerte de uno de los antagonistas. Tal es el duelo esotérico, espantoso pero real, que el ilustre De Cyrano nos narra...
De Cyrano Bergerac pone en escena a dos seres fantásticos que figuran los principios Azufre y Mercurio nacidos de los cuatro elementos primarios: la Salamandra sulfurosa, que se complace en medio de las llamas, simboliza el aire y el fuego del cual el azufre posee la sequedad y el ardor ígneo, y la Rémora, campeón mercurial, heredero de la tierra y del agua por sus cualidades frías y húmedas."
En los tratados de alquimia esta pelea a muerte entre dos naturalezas opuestas se representa de un sin número de formas. Sería una fase muy importante en el proceso de la Gran Obra alquímica, que culminaría en la unión de las dos naturalezas: Terminaré con una última cita de Fulcanelli, que en el capitulo de Las Moradas Filosofales dedicado a Louis D'Estissac dice:
"Este combate singular de los cuerpos químicos cuya combinación produce el disolvente secreto (y el vaso del compuesto), ha dado tema a una gran cantidad de
fábulas profanas y de alegorías religiosas. Es Cadmo clavando la serpiente en un roble; Apolo, matando con sus flechas al monstruo Pitón, y Jasón, matando al dragón de Cólquida; Horus, combatiendo al Tifón del mito osiriano; Hércules, cortando las cabezas de la Hidra, y Perseo, la de la Gorgona; san Miguel, san Jorge y san Marcelo, abatiendo al Dragón, copias cristianas de Perseo, montado en el caballo Pegaso y matando al monstruo guardián de Andrómeda; es también, el combate de la zorra y el gallo (...), de la rémora y la salamandra (de Cyrano De Bergerac), de la serpiente roja y la serpiente verde, etc."
Juan Carlos
Excelente. Forma magistral y a la vez accesible para los ignorantes de acceder al conocimiento hermético. Gracias
ResponderEliminarMuchísimas gracias!
EliminarEstimado Juan Carlos:
ResponderEliminarEste combate alegórico describe la misma operación de la que habla Filaleteo en capítulo uno de su Introitus y la que comenté en el último post que le envié. Si le convencieron alguna de las razones que di en esa ocasión podrá ver ahora que Fulcanelli confunde al lector al decir que es la primera operación de la Obra. Quien le tome al pie de la letra y trate de comenzar desde este punto tratará de hacer esta unión con los compuestos de los que hablan los filósofos: arsénico, antimonio, galena, estibina, salpetre, azufre, etc. no llegando a nada y logrando con ello solo alejarse más de la verdadera práctica. Esto es precisamente lo que hacen todos los "expertos" actuales en sus "enseñanzas".
Todo estudioso de la literatura alquímica debe tener en cuenta siempre los puntos siguientes: Primero, muchos autores mezclan operaciones falsas con las verdaderas o hace afirmaciones falsas sobre alguna parte del proceso como el ejemplo de Fulcanelli que le señalo aquí. Segundo, un autor puede está hablando de la misma operación en diferentes partes de su obra pero cambia los nombres o usa descripciones alegóricos dando la impresión de que son operaciones distintas. Esto aplica también cuando se leen diferentes autores. Y, por último, acostumbrarse a la práctica tan común en todos los autores de mezclar dos operaciones en una sola descripción y hacerle creer al lector que solo están hablando de una.
Por otro lado, le envié hace algunos días dos correos electrónicos con 1 archivo adjunto cada uno. Quisiera saber si le llegaron y que opina de ellos.
Saludos y feliz tarde,
MM
¿No es cierto que en el relato de Fulcanelli la rémora conserva tras el combate alguna pequeña parte de la salamandra? ¿No es eso importante?
ResponderEliminarHola. Disculpa la demora. He consultado a mi mentor, y te transcribo su respuesta:
EliminarEn el capítulo El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre de las Moradas Filosofales, Fulcanelli contesta esa pregunta:
"Así, lo que causa la muerte de uno de los principios da la vida al otro, puesto que el mercurio inicial, agua metálica viva, muere para suministrar al azufre del metal disuelto los elementos de su resurrección. Por eso los antiguos han afirmado siempre que era preciso matar al vivo para resucitar al muerto. La puesta en práctica de este axioma asegura al sabio la posesión del azufre vivo, agente principal de la piedra y de las transformaciones que pueden esperarse de ella."
Fulcanelli es claro en que en esta unión el mercurio muere o dicho en lenguaje moderno "desaparece". Sin embargo, la pregunta que el lector hizo apunta a que está intuyendo un misterio que pocos investigadores han logrado identificar y que Fulcanelli señala en otro capítulo de Las Moradas Filosofales, El Mito alquímico de Adán y Eva donde desarrolla extensamente el tema. Como ejemplo está el siguiente pasaje de ese capítulo:
" El disolvente hace para ellos, en cierto modo, el oficio de una verdadera fuente de Juvencia. Separa sus impurezas heterogéneas tomadas de los yacimientos metalíferos, les quita los achaques contraídos en el curso de los siglos; los reanima, les da un vigor nuevo y los rejuvenece. Así, los metales vulgares se hallan reincrudados, es decir, vueltos a un estado próximo al suyo original, y en lo sucesivo son llamados metales vivos o filosóficos. Puesto que al contacto de su madre toman de nuevo sus facultades primitivas, puede asegurarse que se han acercado a ella y han adquirido una naturaleza análoga a la suya. Pero es evidente, por otra parte, que como consecuencia de esta conformidad de complexión no serían capaces de engendrar cuerpos nuevos con su madre, ya que ésta tiene sólo un poder renovador y no generador. De donde hay que concluir que el mercurio del que hablamos, y que es figurado por la Eva del Edén mosaico, no es el que los sabios han designado como la matriz, el receptáculo y el vaso apropiado para el metal reincrudado, llamado azufre, sol de los filósofos, semilla metálica y padre de la piedra.
No hay que dejarse engañar, pues aquí está el nudo gordiano de la Obra, el que los principiantes deben aplicarse a desanudar si no quieren verse detenidos en seco al comienzo de la práctica. Existe, pues, otra madre, hija de la primera, a la que los maestros con un designio fácil de adivinar, han impuesto también la denominación de mercurio. Y la diferenciación de estos dos mercurios, uno agente de renovación y el otro de procreación, constituye el estudio más ingrato que la ciencia huya reservado al neófito."
Vale la pena leer todo lo que dice Fulcanelli en ese capítulo sobre esos Mercurios.
Y aunque llama "nudo gordiano" a la distinción o identificación de esos dos mercurios, él mismo es lo suficientemente caritativo para aclarar esa distinción en otro parte de las mismas Moradas Filosofales.
El lector interesado puede recurrir también a una pequeña obra que se llama "Ciencia escrita de todo el Arte Hermético" donde el autor habla muy claramente de estos mercurios.
Vale
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