Es una Humedad Untuosa que está encerrada en todos los seres de la Naturaleza, una Materia viscosa y pegajosa. Está oculta tan profundamente en el centro de los Elementos, y los une tan estrechamente que es imposible separarlos sino por un medio que sólo conocen los Filósofos.
Esta Materia se cubre con el manto de los Elementos y [estos] no tienen ningún poder sobre ella, ni siquiera el Fuego, por violento que sea, siendo fija e inalterable por Naturaleza. Por eso los Filósofos dicen que se mantiene intacta en el Fuego, ella es la Materia Próxima de su Piedra, que inspiró a Basilio Valentín estas admirables palabras: Búscala en las entrañas de la Tierra. Allí hallarás nuestra Piedra escondida y la verdadera medicina.
Es la Primera Materia de los metales que son más o menos perfectos, según esta se una a una materia más o menos perfecta. Si se une a una materia pura forma el oro, si es menos pura forma la plata, si es aún más impura, forma el plomo, y así sucesivamente; es la Humedad Seca de Geber, que no moja las manos.
Pero esta Materia, aunque muy fija en su Naturaleza, se
volatiliza fácilmente por medio de los Elementos que le sirven de vehículo, y
los desarrolla y une sin alterar no obstante su propia Naturaleza, a la manera
del Fuego, que, aun mezclándose a todos los seres sigue siendo Fuego, incluso
cuando es reducido de la potencia a la acción, al igual que el sol, que, aunque
extiende su influencia sobre toda la tierra, sigue siendo siempre sol. Es por
eso por lo que es susceptible a las impresiones de los Elementos y a las
influencias de los Astros que atrae y retiene. Es el Imán y el Acero de los
Sabios.
Se eleva de la Tierra al Cielo y desciende del Cielo a la Tierra, y se llena de las influencias del Cielo, y principalmente de la Gran Luminaria, sirviendo para la multiplicación y generación de todos los seres. Es por medio de ella que reciben su acción y movimiento. Los animales reciben la vida a través de ella y todo lo que está animado en la Naturaleza. El mismo hombre no puede prescindir de ella, pues mantiene su vida y su movimiento, puesto que hace en la Naturaleza la función de la hembra, recibiendo del Cielo y de los Astros, y principalmente del Sol, que es el macho, la acción y el movimiento; ella es como el esperma, la Matriz que recibe la semilla masculina; ella realiza el Matrimonio entre el Cielo y la Tierra, es la que contiene el Fuego Oculto de los Sabios sin el cual el Artista no puede alcanzar el fin del que tratamos en un capítulo concreto.
De estos dos Espermas, se forma la materia del Mercurio de los Filósofos. Por eso el gran Hermes dice estas admirables palabras: El Sol es su padre y la Luna su madre, el Aire lo lleva en su vientre que es la matriz y el receptáculo. El Cosmopolita dice que está en el vientre del Carnero, entendiendo con El Carnero el comienzo del tiempo primaveral, cuando el Sol entra en este Signo Celeste, que es el de la renovación de este Espíritu que anima toda la Naturaleza.
Es esta semilla arrojada
en el mar de los Sabios, que es nuestro Aire, la que da toda la fecundidad a
nuestra Piedra, es esta semilla que ellos saben extraer por medios desconocidos
para los químicos vulgares, y saben unir a un Azufre puro; a esta semilla la
llaman Mercurio. Por eso dicen que su piedra está compuesta de Mercurio y
Azufre puro, y dan al primero el nombre de Luna y al segundo el de Sol. Estas
son las dos grandes Luminarias que debéis extraer de la Piedra. El Intercambio
del Cielo y de la Tierra está perfectamente descrito por el Cosmopolita, quien,
por una comparación os señala lo que debe hacer el Filósofo, que ha de ser el
imitador de la Naturaleza que Dios ha formado
Sobre la Segunda Materia, o Semilla de los Metales.
Todos los filósofos están de acuerdo al afirmar que los metales tienen una semilla a partir de la cual crecen, y que esta cualidad seminal es la misma en todos ellos; pero que, sin embargo, sólo es perfectamente madura en el oro, cuya cohesión es tan grande que es muy difícil descomponer el sujeto y obtenerla para la Obra Filosófica (...) La semilla de los metales es lo que los Hijos de la Sabiduría han llamado su mercurio para distinguirlo del azogue, al cual se parece mucho. Dicho mercurio es la humedad radical de los metales. Cuando es extraído de forma juiciosa, sin corrosivos, ni fundición, contiene en sí una cualidad seminal cuyo estado de perfecta maduración tan sólo se encuentra en el oro.
En los demás metales se halla en estado inmaduro, como los frutos cuando todavía están verdes y no han sido lo suficientemente macerados por el calor del sol y la acción de los elementos. Hemos observado que la humedad radical contiene la semilla, lo cual es cierto, aunque dicha humedad no es la semilla sino únicamente el esperma en el cual flota el principio vital que no es visible al ojo. Sin embargo, la mente del verdadero artista lo percibe como un punto central de aire condensado, donde la Naturaleza, de acuerdo con la voluntad de Dios, ha circunscrito los principios básicos de la vida de todas las cosas, tanto de lo animal como de lo vegetal y lo mineral.
En los animales,
el esperma se puede ver, pero no en cambio el principio de impregnación que
lleva en él: éste es un punto concentrado, para el cual el esperma sirve
únicamente como vehículo, hasta que, por la acción y el fermento de la matriz,
dicho punto en el que la Naturaleza ha incluido un principio vital, se expande,
y es entonces cuando es perceptible en el embrión de un animal. Así, en
cualquier fruto comestible (como por ejemplo una manzana), la pulpa o esperma
se encuentra en mucha más proporción que la semilla que ésta contiene, e
incluso lo que parece ser la semilla es tan sólo una más fina concocción del
esperma, que incluye la fuerza vital. Así también, en un grano de trigo, la
harina es sólo el esperma, y el origen de su vegetación es un aire que el
esperma lleva incluido en él, y al que protege del calor y el frío extremos,
hasta que encuentra una matriz adecuada en la que la cáscara se reblandece con
la humedad y se calienta por el calor, pudriéndose entonces el esperma que lo
rodea y permitiéndole así a la semilla, o aire concentrado, expandirse y romper
la cáscara, llevándose consigo en su movimiento una substancia láctea que ha
asimilado a ella a partir del esperma putrefacto. A esta, la cualidad
condensadora del aire la incluye en una membrana y la endurece en un germen,
todo ello según el propósito de la Naturaleza.
Si la totalidad de este proceso de la Naturaleza, portentosa en sus operaciones, no se repitiera constantemente ante nuestros ojos, el simple proceso de la vegetación nos resultaría tan problemático como el de los filósofos. Así pues ¿Cómo podrían si no crecer los metales? y más aún ¿Cómo puede algo multiplicarse sin una semilla?
Los verdaderos artistas nunca pretendieron multiplicar los metales sin ella, ya que ¿puede acaso negarse que la Naturaleza sigue siempre su orden germinal? Ella siempre hace fructificar la semilla cuando se la coloca en la matriz adecuada. ¿No obedecerá a un ingenioso artista que sabe de sus operaciones y de sus posibilidades, y que no pretende nada que esté más allá de ellas? Un agricultor mejora su tierra con compost, quema las malas hierbas y utiliza diversas técnicas. A través de varias preparaciones macera su semilla, siempre cuidando de no destruir su principio vital, y por supuesto nunca se le ocurrirá quemarla o hervirla, con lo cual muestra más conocimiento de la Naturaleza que algunos que se autodenominan filósofos.
La Naturaleza, como una madre generosa, lo recompensa con la abundancia de la cosecha, en proporción a la mejora que éste haya conseguido de su semilla y a la calidad de la matriz que le haya proporcionado para su crecimiento. El hortelano inteligente va todavía más lejos. Sabe cómo acortar el proceso de la vegetación, o cómo retrasarlo. Recoge rosas, corta lechugas, y consigue guisantes verdes en invierno. ¿Quieren los curiosos admirar plantas y frutos de otros climas? Él puede producirlos perfectamente en sus invernaderos, y la Naturaleza, queriendo alcanzar siempre su fin, a saber, la perfección de su descendencia seguirá espontáneamente sus indicaciones.
¡Abrid aquí vuestros ojos, vosotros, estudiosos investigadores de la Naturaleza! Siendo ésta tan generosa en sus producciones perecederas ¿no lo será mucho más en aquellas que son permanentes y que pueden subsistir en medio del fuego? Atención, entonces, a sus operaciones. Si obtenéis la semilla metálica y hacéis madurar con arte aquello que ella lleva muchas eras perfeccionando, no os fallará, sino que por el contrario os recompensará con un incremento proporcionado a la excelencia de vuestra materia.
(…) no podemos quedarnos silenciosos por más tiempo en relación a la semilla de los metales, y debemos declarar que está contenida en los minerales de los metales al igual que el trigo está en el grano. La torpe locura de los alquimistas (se entiende que el autor se refiere a los llamados "sopladores", no a los verdaderos alquimistas) les ha dificultado el darse cuenta de ello, ya que siempre la han buscado en los metales que son artificiales y no una producción natural, actuando así de manera tan irracional como un hombre que sembrara pan y esperara obtener grano, o que esperara que naciera un pollo a partir de un huevo hervido.
Más aún, a pesar de que los filósofos han dicho en multitud de
ocasiones que los metales vulgares son inertes, sin excepción del oro, aunque
resista el fuego, aquéllos nunca pudieron imaginar algo tan simple como que la
semilla de los metales estaba contenida en sus minerales, único lugar donde era
de esperar encontrarla. Tanto se desorienta y se confunde el ingenio humano
cuando abandona la bien definida senda de la verdad y la Naturaleza para
enredarse él mismo en la multiplicidad engañosa de sus imaginaciones.
Este descubrimiento causará gran regocijo al investigador de
la Naturaleza, puesto que está basado en la razón y en la sana filosofía. En
cambio, para los necios será algo vano incluso aunque la misma Sabiduría lo
gritara por las calles. Por lo cual, dejando que estos últimos se congratulen
en su ilusoria autoimportancia, continuaremos diciendo que los minerales de los
metales son nuestra Primera Materia, o esperma que contiene la semilla, y que
la clave de este arte consiste en la correcta disolución de los minerales en un
líquido que los filósofos llaman su mercurio, o agua de vida, y en una
sustancia terrosa, que han denominado su azufre. Al líquido lo llaman su mujer,
esposa, Luna y otros nombres, expresando con ello que es la cualidad femenina
de su semilla. A la sustancia terrosa la llaman su hombre, esposo, Sol, etc.,
para señalar su cualidad masculina. En la separación y la debida conjunción de
éstos por el calor y con un cuidadoso manejo, se genera una noble descendencia
a la que los filósofos han llamado, a causa de su excelencia, la quintaesencia,
o la materia en la que los cuatro elementos están tan perfectamente armonizados
que producen un quinto elemento que puede subsistir en el fuego, sin desgaste
de su materia o disminución de su virtud, motivo por el que le han otorgado los
títulos de Salamandra, Fénix, e Hijo del Sol.
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