sábado, 24 de marzo de 2018

La Unidad de la Materia







Esta es una nueva nota acerca de  los pilares de la filosofía hermética, que trata de la teoría de la unidad de la materia. 
Esta doctrina, de origen muy antiguo, constituye uno de los postulados esenciales de la ciencia alquímica. Contrariamente a lo que pueda creerse, muchos científicos de nuestro tiempo se la toman muy en serio, y en este último siglo, gracias a los descubrimientos hechos con el gran acelerador de Hadrones ubicado en Suiza, para muchos sabios la doctrina de la unidad de la materia se está volviendo cada vez más verosímil.  Pero fue ya en el siglo XIX que la ciencia oficial empezó a replantearse esa teoría... o al menos, a tener motivos para hacerlo.

En esta ocasión nos acompañará en nuestro paseo entre cristales y geodas, el grupo de rock sinfónico Emerson, Lake & Palmer.









"Al profundizar seriamente en la materia, usted comprobará que no es más que una, y que, como la excelente actriz que es, interpreta aquí abajo toda suerte de personajes, bajo toda clase de vestiduras"

Cyrano de Bergerac, "Los Estados e Imperios del Sol"









Según la doctrina hermética, la materia es sustancialmente una, pero susceptible de tomar innumerables formas. 
Esta visión de la materia perduró hasta el siglo XIX, incluso dentro del ámbito científico, si bien Demócrito, ya en el siglo V a.c. sostuvo que aquella estaba compuesta de partículas individuales e indivisibles, llamadas átomos (que en griego significa precisamente eso: indivisible). Según esta teoría los átomos eran  los "ladrillos" de los que estaba compuesta toda sustancia. Además, cada clase de átomo era inmutable, es decir, siguiendo con el símil, un ladrillo de cemento siempre sería un ladrillo de cemento y nunca se podría convertir en un ladrillo de arcilla.







En 1808 el físico inglés John Dalton formuló una definición precisa de cada tipo conocido de átomo, despejando el camino para la creación de la tabla periódica por parte de Dimitri Mendeleyev, en 1869.






El átomo se definió como la unidad más pequeña de cada elemento químico, pero no de la materia en si, ya que resultó estar compuesto a su vez  de partículas mucho más pequeñas.






Becquerel, en 1896, descubrió la existencia de elementos radioactivos en la naturaleza, que al emitir partículas,  se transmutan espontáneamente en otros elementos  (a diferencia de la reacción química, la transmutación implica la alteración del mismo núcleo atómico).







Los alquimistas sostienen que todos los elementos, no sólo los radioactivos, se encuentran evolucionando en un proceso de transmutación perenne muy lenta e imperceptible, a condición de que no se encuentren separados de la fuerza vital que, según ellos, les permite evolucionar.






Interior de una estrella supermasiva en explosión. El modelo hecho a computadora, representa a una estrella 55,000 veces más grande que el Sol.Obsérvese el parecido con una piedra preciosa o semipreciosa.



En el siglo XIX hubo muchos científicos, que, ante estos nuevos hallazgos tomaron en consideración la idea de la transmutación alquímica. 

Así hablaba entonces en una conferencia  el físico gallego José Rodríguez Carracido: "[La teoría de la evolución] fue la inspiradora de mi tesis y la ordenadora de su desarrollo extendiendo el darwinismo a los procesos materiales conforme a las ideas de Crookes y Lockyer [...]. En el curso de la disertación indiqué que era razonable admitir la posible variabilidad de los elementos como derivados de una sustancia fundamental, y defendí a los alquimistas de la injusticia con que se les acusaba sin atenuación alguna. 

No se podía entonces sospechar la existencia de elementos radioactivos reveladores de la no imaginada desintegración atómica en la cual presenciaríamos la realidad de la Alquimia en la positiva transmutación de los elementos. Es cierto que no se ha podido transmutar plomo en oro, pero el principio de inmutabilidad está derogado."








En efecto, como dice Carracido, rechazar como imposible la evolución de los elementos, podría ser una actitud similar a la del rechazo a la evidencia de la evolución de los organismos biológicos, simplemente porque no se puede apreciar de forma inmediata y directa.







¿Es la materia un hecho único e indiviso? Se replantea la noción de éter, del quinto elemento, esa materia sutil y primordial de la que surgen protones, neutrones y electrones, y todo el enjambre de partículas elementales que se han descubierto y que se siguen descubriendo en el átomo. Todas las formas serían sólo expresiones de esa materia única, proteica, que como un caleidoscopio crea la ilusión de la multiplicidad.



                 La unión de los dos principios alquímicos



En el año 1919, Ernest Rutherford finalmente lograría la transmutación artificial de un elemento, bombardeando un átomo de nitrógeno con partículas alfa.

Eso vino a desmentir definitivamente la teoría de la inmutabilidad, y puso de actualidad la noción alquímica de transmutación.







En su obra La Evolución en la Química, el mismo Carracido escribe: "Los antiguos filósofos [...] no fraccionaban la unidad de la Naturaleza, suponiéndola animada de una vida universal que por todas partes se difundía [...]. La Physis de los griegos, y el Macrocosmos de los naturalistas y químicos de la Edad Media y del Renacimiento,  expresan la idea de un gran organismo en el que todo se crea y transforma solidariamente."




Pero, para terminar, en qué consiste esa fuerza, ese impulso misterioso que  rige el crecimiento y la evolución de cada mineral?
La doctrina hermética afirma que esas energías son cósmicas, y tienen que ver con la astrología, disciplina hermana de la alquimia.





La ciencia hermética trabaja fundamentalmente con siete metales, dos perfectos o inalterables (oro y plata) y cinco imperfectos (cobre, hierro, estaño, plomo y mercurio) vinculados respectivamente a Venus, Marte, Júpiter, Saturno y Mercurio. Así, por ejemplo, la plata crece bajo la influencia de la Luna, y los filones son más o menos argentíferos según su grado de exposición  a la radiación lunar. 
El oro crece, en cambio, bajo la influencia del Sol.

Como dije anteriormente, según la alquimia los minerales permanecen vivos mientras se encuentran en sus yacimientos. Así lo afirma Fulcanelli (Moradas Filosofales, La Salamandra de Lisieux):



"El esoterismo hermético demuestra, en efecto, que los cuerpos metálicos permanecen vivos y dotados de poder vegetativo mientras están mineralizados en sus
yacimientos. Se encuentran allí asociados al agente específico o espíritu mineral, que asegura su vitalidad, su nutrición y evolución hasta el plazo requerido por la Naturaleza, y toman, entonces, en dichos yacimientos el aspecto y las propiedades de la plata y el oro nativos. Llegado a esta meta el agente se separa del cuerpo, que cesa de vivir, se convierte en fijo y no susceptible de transformación. Aunque permaneciera en la tierra muchos siglos, no podría, por sí mismo, cambiar el estado ni abandonar los caracteres que distinguen el metal del agregado mineral. 





Mas es preciso que todo ocurra así de simplemente en el interior de los yacimientos metalíferos. Sometidos a las vicisitudes de este mundo transitorio, gran cantidad de minerales tienen su evolución suspendida por la acción de causas profundas -agotamiento de los elementos nutritivos, falta de aportaciones cristalinas, insuficiencia de presión, de calor, etc.-, o externas -grietas, aflujo de aguas, apertura de la mina-. Los metales se solidifican entonces y permanecen mineralizados con sus cualidades adquiridas, sin poder sobrepasar el estadio evolutivo que han alcanzado. Otros, más jóvenes, aguardando aún el agente que debe asegurarles solidez y consistencia, conservan el estado líquido y son del todo incoagulables. Tal es el caso del mercurio, que se halla con frecuencia en estado nativo o mineralizado por el azufre (cinabrio), ya sea en la misma mina o fuera de su lugar de origen.
Bajo esta forma nativa, y aunque el tratamiento metalúrgico no haya tenido que intervenir, los metales son tan insensibles como aquellos cuyos minerales han sufrido tueste y fusión. Al igual que ellos, carecen de agente vital propio. Los sabios nos dicen que están muertos, al menos, en apariencia, porque nos es imposible, bajo su masa sólida y cristalizada, adivinar la vida latente, potencial, escondida en lo profundo de su ser. Son árboles muertos aunque conserven todavía un resto de humedad, los cuales no darán ya hojas, flores, frutos ni, sobre todo, semilla."



                     Juan Carlos










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