lunes, 3 de octubre de 2022

La Espada Mágica I





Permitan que les cuente una historia, como si fuesen niños,  como si se tratara de un cuento infantil... la empezaré pero no se si la continuaré, porque  depende muy poco de mi voluntad el  poder hacerlo. 



Erase una vez un hombre que se llamaba Jorge, que, como indica la etimología de su nombre, se sentía muy inclinado a la agricultura, no solo la de las frutas y hortalizas terrestres, sino sobre todo de las celestes. De hecho, tenía una huerta celestial atestada de las más ricas verduras, que cultivaba alegremente y con esmero. 

Un día, Jorge, encontró en su huerta celestial la entrada a una profunda gruta,  y, tras entrar en ella y andar un rato, se dio cuenta de que también en el cielo había lugares tenebrosos, donde el olor a podredumbre y los suspiros de seres crepusculares se hacían sentir con intensidad. Algo le decía que aquella gruta era importante para el. 

Hacía tiempo su abuelo le contó la leyenda de una gruta que existía en el mundo celeste, en la que estaba recluida una bellísima muchacha, retenida allí por un monstruo de siete cabezas. 
Según la tradición, muchos aventureros habían tratado de matar al monstruo cortando sus cabezas con hacha o  espada, abriendo su pecho con lanzas, y toda otra clase de armas. Todos ellos fracasaron estrepitosamente en sus intentos, y acabaron pereciendo, aunque la tradición asegure que habían triunfado. 

El abuelo también le confió otro secreto: un ermitaño un día, le contó que la espada que había que emplear no era de hierro, y que no se trataba ni tan siquiera de un arma. Que la espada que se precisaba para tan singular combate era de fuego, como la de un arcángel, y que estaba clavada en la roca de su corazón. Al tratarse de un lugar tan intimo y secreto, solo él tenía la potestad de sacarla de allí, y usarla. 
El tan solo podría hacerse con ella si la tomaba con intención pura, ajena a los delirios de grandeza, y a la insaciable sed de poder y victoria. 

Jorge así lo hizo, y al tomar la resplandeciente espada entre sus manos,  no tardó en comprobar cual era su naturaleza: estaba forjada en el más puro de todos los fuegos, el fuego de la atención. Era una espada creada no para matar, ni para dominar, sino para discernir lo falso de lo verdadero. La espada le habló, y dijo: parezco una espada, pero no lo soy. Solo déjate llevar por mi, y haré que todo lo oculto se haga manifiesto para ti.

Jorge, desenvainando su espada volvió a entrar en la gruta, porque sentía con intensidad que la única misión de su vida era llegar hasta el fondo de aquella cavidad, explorarla de arriba abajo, y descubrir todos sus secretos. Notó que la espada dirigía todos sus movimientos, y solo se dejó llevar por ella, como ella misma le había sugerido. 

Cuando el monstruo hebdocéfalo, aullando de ira, con voz ronca y  lleno de horribles deformidades, asomó al  umbral del antro, la espada lo iluminó enseguida, y no dejó de hacerlo hasta que este comenzó a sollozar: Jorge sintió una genuina y profunda compasión por el, cuyos rasgos faciales cada vez le recordaban más a los suyos, hasta que, de inmediato, el desdichado se esfumó como un espejismo. 

La espada siguió guiando a Jorge al interior de la cueva, que estaba infestada por el hedor del desaparecido ser tenebroso, y que aun estaba llena de multitud de oscuras presencias que lo habían acompañado hasta entonces. Pero Jorge ya no tenía miedo: sintió que su miedo había desaparecido con el tenebroso ser que acababa de esfumarse. 

A partir de entonces, desfilarían ante él todas las alimañas que habían sobrevivido gracias a permanecer ocultas en las tinieblas, pero esta vez  sin atemorizarlo, y, quizás,  finalmente, vería el rostro de la bella cautiva.


(continuará)





             Juan Carlos


































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