Hace algunos años se formó una sociedad alquímica bajo los auspicios de una de nuestras más famosas firmas de químicos mayoristas. Su objetivo era el de investigar los escritos de los primeros alquimistas y, mediante ensayos de laboratorio, probar o refutar la validez de sus afirmaciones, que, en conciencia, parecen un poco extravagantes a primera vista.
Los triunfos de la Sociedad sólo brillaron por su ausencia. Se celebraron reuniones, se dieron conferencias, pero hasta donde yo sé, el proyecto nunca llegó a la fase de laboratorio, porque los sabios que lo integraban eran hijos de la edad de razón. Formados como estaban en una escuela particular de pensamiento, carecían de la elasticidad mental necesaria para asimilar y digerir un conjunto de fórmulas que diferían tan ampliamente de las suyas. Así pues, sus hallazgos fueron nulos, y una vez más la búsqueda del gran Arcano fue abandonada como un sueño de locos: la vasija de oro más allá del arco iris.
¿Por qué abandonaron así su búsqueda, con tan poca lucha? Me resisto a concluir que hoy no hay hombres que tengan visiones y sueños comparables a los del pasado. Sin embargo, así lo parece. Quizás me equivoque; uno puede ser extremadamente crítico con los defectos de una época contemporánea y al mismo tiempo estar perdidamente enamorado de sus maravillas, y puede que haya entre nosotros filósofos y pensadores de cuyos méritos no tengamos ni idea.
Según G. B. Shaw, al rascar a Andrew Undershaft se puede encontrar a un filántropo. De modo que todavía cabe la posibilidad de que rascando a un científico encontremos a un hombre cuya imaginación pueda extenderse más allá de un insecto bajo su microscopio. El punto en el que siempre insisto en este argumento entre materialismo e idealismo es que estos hombres a quienes nos sentimos inclinados a tachar de insensatos astrólogos, soñadores y místicos poco prácticos, cuentan entre ellos con algunos de los cerebros más destacados del mundo. Es más, estos adeptos no eran hijos de ninguna época, clase o clima en particular, aunque algunos períodos de la historia y algunos países produjeron más que otros. Generalmente eran hombres de buena cuna y educación, pues a estos se les abrían más fácilmente las puertas del saber, pero se los encontraba en todos los países, en todas las épocas, en todos los estratos de la sociedad, y no importaba si eran el Papa o un zapatero, un hindú o un suizo. China, India, Egipto, Persia y muchos Estados de Europa tuvieron sus alquimistas, y muchos de ellos hoy son reconocidos como los fundadores de la química tal como la conocemos. Hace poco compré un Diccionario de química elemental y, bajo el título Fechas importantes, encontré lo siguiente:
400 a.C. - 400 d.C. - Aristóteles y otros químicos griegos propusieron ciertas teorías que llevaron a creer en la transmutación de elementos y que la materia consta de cuatro elementos: Tierra, Aire, Fuego y Agua.
1214 - 1294. - Roger Bacon introduce los usos de la pólvora. Siglo XV. - Basilio Valentín obtiene amoniaco de la sal amoniacal. (Basilio Valentín ha sido llamado el padre de la química moderna).
1577 - 1644. - Van Helmont descubrió el dióxido de carbono y lo llamó ' Gas Sylvestre', el Gas Salvaje de los Bosques. J. R. Glauber descubrió el sulfato de sodio. (La obra de Glauber, De Natura Salum, se publicó en 1658.)
Todos estos hombres creían en la alquimia y sus planteamientos y, lo que es más, la practicaban en sus laboratorios. El hecho de que sean sus descubrimientos los que todavía hoy consideramos hitos de un valioso progreso científico, excluye el argumento de que eran capaces de soñar y nada más. Lo único que queda por demostrar es si su creencia en la transmutación era una ilusión -una simple manía a la que los hombres de genio son quizás más propensos que los de calibre más ordinario- o si tenía su base en un hecho concreto, que, según ellos, llegaron a probar con sus experimentos, pero que nosotros, durante el desarrollo de la era material, hemos perdido. El aspecto más generalmente reconocido del trabajo de los alquimistas, y el que les ha dado mayor fama o notoriedad, según el caso, es su supuesto poder para producir un elixir capaz de transmutar los metales básicos en oro. El objetivo de los más altruistas de su hermandad, sin embargo - y eran muchos - era el de utilizar este elixir con fines medicinales, como una panacea universal para la curación de todas las enfermedades y la prolongación de la vida humana. Yo añadiría que el conocimiento del alquimista se basa en fundamentos nada despreciables. No es simplemente un químico sino un ocultista. Siguiendo la enseñanza hermética, considera el universo en su totalidad, no sólo en las partes que lo componen. Él cree que todo en la naturaleza, incluido el hombre mismo, está en proceso de transmutación de una forma de vida inferior a una superior (¡ay, en el caso del hombre, qué gradual parece el proceso!). Él cree que el hombre transformará sus tendencias animales en cualidades espirituales que un día lo convertirán en verdad en un Hijo de Dios, a Imagen y Semejanza de esa Vida Perfecta de la que han surgido todas las otras vidas. En el reino mineral considera que el objetivo de la Naturaleza es producir oro -como el metal más precioso que conocemos- y que todos los metales más bajos, por tanto, están en proceso de alcanzar ese objetivo, estando cada uno en una etapa diferente de evolución. Sostienen además que existe en el reino mineral una semilla de metal, una quintaesencia o quinto principio que, cuando se aísla y se purifica, tiene el poder de transmutación. Es esta quintaesencia, dicen, la que también tiene el poder de curar todos los males físicos del hombre y de prolongar su vida más allá de lo esperado. Y cabe señalar que sus propiedades curativas no deben consistir en el fortalecimiento de las funciones glandulares, con el consiguiente resultado de decadencia y degradación mental, sino en la estimulación y agudización de los procesos mentales, de modo que el hombre se conserve en su mejor momento. no sólo de sus facultades corporales, sino también mentales. Es en este último particular en el que el elixir alquímico difiere tan enormemente de los remedios alopáticos que conocemos hoy. La medicina moderna se enfrenta a grandes dificultades. Sus devotos persisten en tratar con los efectos en lugar de con las causas, en tratar al hombre como una entidad puramente física en lugar de una combinación de cuerpo, alma y espíritu.
Al sanar el cuerpo de un hombre siempre se debe recordar que la parte más importante de él es su cuerpo etérico o sistema nervioso, que controla el cuerpo físico visible o burdo. Por lo tanto, ocuparse únicamente de su manifestación física no sólo es inadecuado, sino que muy a menudo es un procedimiento incorrecto. El sistema nervioso es el factor desconocido en todas las enfermedades y, sin embargo, como no puede manifestar síntomas fijos y visibles como el cuerpo físico, no puede tratarse mediante ninguna regla general. Por lo tanto, cualquier sufrimiento que conlleva su funcionamiento imperfecto se descarta como "nervios"; en este caso, los nervios aparentemente comprenden un esfuerzo de la imaginación del paciente. Ningún libro de texto ha intentado, hasta el momento, explicar esta fuerza nerviosa, y mientras persista la omisión, el diagnóstico y el tratamiento médicos seguirán siendo un asunto incompleto y bastante sórdido de vacunas, inyecciones y vitaminas sintéticas de diversos tipos, todas ellas medidas calculadas para estimular la salud, y mantener en algún tipo de orden de funcionamiento el vehículo físico. En segundo lugar, todo tratamiento alopático (tratamiento con fármacos) fracasa de otra manera. Las drogas se administran en una forma tan tosca que el paciente puede curarse de su enfermedad sólo para ser víctima de los efectos de la droga. Lo esencial en la preparación de remedios alquímicos es la sencillez misma. Consisten pura y llanamente en la eliminación de todos los elementos venenosos y en la conservación de las propiedades curativas. El uso de medicinas minerales hasta la actualidad casi siempre ha conducido a desastres cuando el mineral se ha administrado, sea cual fuere la cantidad. Se han probado todas las sales de plomo y oro, mercurio y arsénico, pero siempre que se administran en dosis suficientemente grandes para mejorar los síntomas sobre los cuales proclaman la victoria, generalmente se descubre que el desdichado paciente, al escapar de Escila, no ha hecho más que ser víctima de Caribdis: en este caso, envenenamiento por metales. El fracaso de la alopatía ha dado a la homeopatía y a su hermana, la bioquímica, su oportunidad. Estos dos métodos son muy superiores, pero todavía no son completamente satisfactorios. Al administrar dosis infinitesimales se elimina el peligro de intoxicación, pero se pierde gran parte de la virtud del remedio. La tarea de la alquimia, por otra parte, es utilizar como remedio un medio del que se haya eliminado todo veneno y se haya conservado la virtud. Esto es científico y exacto. Soy estudiante de alquimia desde hace muchos años, tanto en la teoría como en la práctica. Cuando me acerqué al lado práctico decidí mantener una mente absolutamente abierta, y dejar atrás cualquier idea de química ortodoxa que pudiera haber albergado. Sin esta resolución no habría alcanzado el grado de éxito que me ha tocado. Basta decir que he podido probar la verdad de las afirmaciones de los alquimistas y que los resultados que he obtenido hasta ahora han coincidido con sus afirmaciones. El simbolismo en el que se esconden todas sus fórmulas presenta un obstáculo formidable para el neófito, pero una vez dominado, como la clave de un código, deja de ser más misterioso que una fórmula química moderna. Por lo demás, seguí el trabajo en un laboratorio equipado lo más posible con los aparatos de los químicos de antaño. La única mejora está en los hornos. En lugar de los viejos y engorrosos hornos de fuego, que requerían de una vigilancia constante día y noche, he sido bendecido con los beneficios modernos de la electricidad y las llamas de gas bunsen, que hacen posible mantener una temperatura uniforme día y noche durante cualquier período de tiempo. Y de estos procesos se han obtenido sales aún desconocidas para la química o la mineralogía modernas.
Juan Carlos
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