domingo, 7 de abril de 2019

El Caos de los Sabios












El tema inicial de la Gran Obra alquímica es la Materia Prima; ella es el escollo contra el que se estrella la mayoría de los buscadores, que a menudo malgastan su tiempo y su capital en complicados y peligrosos ensayos de laboratorio, o en descabelladas prácticas místicas, sin empezar por conocer la verdadera naturaleza de esa materia. ¿Cuál es la auténtica Materia Prima, aquella de la que se ha dicho que es uns cosa tan corriente y de tan fácil adquisición que, precisamente por eso, suele ser pasada por alto? A esta materia, los antiguos filósofos la bautizaron con el nombre de "Caos de los Sabios".






"En el principio fue el Caos"
Hesíodo, La Teogonía



Louis Pauwelsen su mítico best seller  "El Retorno de los Brujos"publicado en 1960,  relata una entrevista que tuvo lugar entre su amigo y coautor de la mencionada obra, el químico Jacques Bergier,  y un enigmático interlocutor:

"Una tarde de junio de 1937, Jacques Bergier creyó te­ner excelentes razones para creer que se hallaba en pre­sencia de Fulcanelli.
A petición de André Helbronner, mi amigo se entrevistó con el misterioso personaje en el prosai­co escenario de un laboratorio de ensayos de la Socie­dad del Gas, de París. 
He aquí, íntegra, su conversación:

—"M. André Helbronner, del que tengo entendido que es usted ayudante, anda buscando la energía nu­clear. M. Helbronner ha tenido la amabilidad de poner­me al corriente de alguno de los resultados obtenidos, especialmente de la aparición de la radiactividad co­rrespondiente al polonio, cuando un hilo de bismuto es volatilizado por una descarga eléctrica en el seno del deuterio a alta presión. Están ustedes muy cerca del éxito, al igual que algunos otros sabios contemporá­neos. ¿Me permite que le ponga en guardia? Los traba­jos a que se dedican ustedes y sus semejantes son terri­blemente peligrosos. Y no son sólo ustedes los que están en peligro, sino también la Humanidad entera. La liberación de la energía nuclear es más fácil de lo que piensa. Y la radiactividad superficial producida puede envenenar la atmósfera del planeta en algunos años.

Además, pueden fabricarse explosivos atómicos con al­gunos gramos de metal, y arrasar ciudades enteras. Se lo digo claramente: los alquimistas lo saben desde hace mucho tiempo."

Bergier se dispuso a interrumpirle, protestando. "¡Los alquimistas y la física moderna!" Iba a prorrumpir en sarcasmos, cuando el otro le atajó:


—"Ya sé lo que va a decirme: los alquimistas no co­nocían la estructura del núcleo, no conocían la electri­cidad, no tenían ningún medio de detección. No pudie­ron, pues, liberar jamás la energía nuclear. No intentaré demostrarle lo que voy a decirle ahora, pero le ruego que lo repita a M. Helbronner: bastan ciertas disposi­ciones geométricas, sin necesidad de utilizar la electri­cidad o la técnica del vacío. Y ahora me limitaré a leerle unas breves líneas."

El hombre tomó de encima de su escritorio la obra de Frédéric Soddy: L'interprétation du Radium, la abrió y leyó:

"Pienso que existieron en el pasado civilizaciones que conocieron la energía del átomo y que fueron to­talmente destruidas por el mal uso de esta energía."

Después prosiguió:


—"Le ruego que admita que algunas técnicas parcia­les han sobrevivido. Le pido también que reflexione so­bre el hecho de que los alquimistas mezclaban preocu­paciones morales y religiosas con sus experimentos, mientras que la física moderna nació en el siglo XVIII de la diversión de algunos señores y de algunos ricos liber­tinos. Ciencia sin conciencia... He creído que hacía bien advirtiendo a algunos investigadores, aquí y allá, pero no tengo la menor esperanza de que mi adverten­cia fructifique. Por lo demás, no necesito la esperanza".

Bergier se permitió hacer una pregunta:


—"Si usted mismo es alquimista, señor, no puedo creer que emplee su tiempo en el intento de fabricar oro, como Dunikovski o el doctor Miethe. Desde ha­ce un año, estoy tratando de documentarme sobre la alquimia y sólo he tropezado con charlatanes o con interpretaciones que me parecen fantásticas. ¿Podría usted, señor, decirme en qué consisten sus investiga­ciones?"


—"Me pide usted que resuma en cuatro minutos cuatro mil años de filosofía y los esfuerzos de toda mi vida. Me pide, además, que le traduzca en lenguaje cla­ro conceptos que no admiten el lenguaje claro. Puedo, no obstante, decirle esto: no ignora usted que, en la ciencia oficial hoy en progreso, el papel del observador es cada vez más importante. La relatividad, el principio de incertidumbre, muestran hasta qué punto interviene hoy el observador en los fenómenos. El secreto de la al­químia es éste: existe un medio de manipular la materia y la energía de manera que se produzca lo que los cien­tíficos contemporáneos llamarían un campo de fuer­za. Este campo de fuerza actúa sobre el observador y le coloca en una situación privilegiada frente al Univer­so. Desde este punto privilegiado tiene acceso a realida­des que el espacio y el tiempo, la materia y la energía suelen ocultarnos. Es lo que nosotros llamamos la Gran Obra."

—"Pero, ¿y la piedra filosofal? ¿Y la fabricación de oro?"

—"Esto no son más que aplicaciones, casos particu­lares. Lo esencial no es la transmutación de los metales, sino la del propio experimentador. Es un secreto anti­guo que varios hombres encontrarán todos los siglos."

—"¿Y en qué se convierten entonces?"

—"Tal vez algún día lo sabré."

Mi amigo no debía volver a ver a aquel hombre, que dejó un rostro imborrable bajo el nombre de Fulcanelli. Todo lo que sabemos de él es que sobrevivió a la guerra y desapareció completamente después de la Liberación. Todas las gestiones para encontrarlo fracasaron."


Pauwels y Bergier cuentan en "El Retorno de los Brujos" que Fulcanelli y otro alquimista habían estado visitando a algunos de los más destacados físicos nucleares del momento, en el periodo comprendido entre las dos Guerras Mundiales. Trataron de describirles en qué consistía un reactor nuclear, advirtiéndoles de los peligros a los que se expondría la humanidad con su fabricación. Esas visitas no llegaron a  suscitar la respuesta esperada por parte de los científicos, hasta que Fermi logró la primera reacción en cadena. Alguno de los visitados recordó, entonces, la conversación mantenida con los alquimistas desconocidos, y comunicó la historia a los servicios de inteligencia correspondientes, que trataron de localizarlos. De Fulcanelli nunca se encontró rastro alguno. De su compañero se supo que había muerto fusilado.


He transcrito la singular entrevista entre Bergier y el presunto Fulcanelli (que pese a haberse desarrollado en 1937, es de una candente actualidad), para situar dentro de  su contexto una frase en particular: "Lo esencial (para el alquimista) no es la transmutación de los metales, sino la del propio experimentador."

El entrevistado, que daba muestras de poseer avanzados conocimientos de física, pone el dedo en la llaga al afirmar que en alquimia lo que se persigue en primera instancia es la transmutación del propio alquimista (sean cuales fueran los medios utilizados), lo cual sugeriría que la materia prima de la Obra se encuentra en el interior del mismo experimentador. 



"La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular"  Evangelio según San Mateo.


¿Y si realmente la Piedra Filosofal y el elixir no fueran más que meros derivados, subproductos de la transmutación del propio alquimista? Acabamos de toparnos con lo que tal vez sea la mayor piedra de tropiezo de la alquimia: la Materia Prima que es preciso encontrar para poder emprender la Gran Obra alquímica,   porque reúne, en bruto,  todos los elementos necesarios para llevarla a cabo. 

A este respecto las posturas divergen mucho: no son pocos los que sostienen que esa materia prima hay que buscarla  exclusivamente en el reino mineral, y son multitud los que creen que su condición de mineral habría que entenderla sólo en un sentido metafórico; que la materia en cuestión no es más que el conjunto de "emociones negativas" que pueblan el corazón humano, y que habría que convertir en "positivas".

Hay multitud de posiciones intermedias, pero todas coinciden en tener como punto de partida ese Caos de los Sabios, esa misteriosa Materia Prima, llamada así porque, según  la tradición hermética es como el caos primigenio, en el que todo se hallaba en desorden y en su estado más grosero.
La labor del alquimista sería la de convertir ese Caos en Cosmos (que en griego significa orden); de transformar, hablando en forma figurada, el carbón en diamante.

Voy a exponer brevemente lo que dicen distintos alquimistas acerca de esta misteriosa materia. Para ello, voy a echar mano, precisamente, de Fulcanelli, que en su libro "El Misterio de las Catedrales",  en el capitulo dedicado a la catedral de Amiens, escribe:


"Todas las descripciones que nos han dejado los filósofos de su sujeto, o materia prima que contiene el agente indispensable, son sumamente confusas y misteriosas. He aquí algunas, escogidas entre las mejores:

El autor del Comentario sobre La Luz saliendo de las Tinieblas escribe, en la página 108: «La esencia en la cual, mora el espíritu que buscamos está injertada y grabada en él, aunque con rasgos y facciones imperfectos; lo mismo dice Ripleus el Inglés al comienzo de sus Doce Puertas y Aegidius de Vadis en su Diálogo de la Naturaleza, hace ver claramente, y como en letras de oro que ha quedado, en este mundo, una porción de este primer Caos, conocida, pero despreciada por alguien, y que se vende públicamente.» Y el mismo autor, añade, en la página 263, que «este sujeto se encuentra en muchos lugares y en cada uno de los tres reinos; pero, si consideramos la posibilidad de la Naturaleza, es cierto que sólo la naturaleza metálica debe ser ayudada de la Naturaleza y por la Naturaleza; así, pues, sólo en el reino mineral, donde reside la simiente metálica, debemos buscar el sujeto adecuado para nuestro arte.»

«Hay una piedra de gran virtud –dice a su vez Nicolás Valois -, y es llamada piedra y no es piedra, y es mineral, vegetal y animal, que se encuentra en todos los lugares y en todos los tiempos, y en todas las personas.»

Flamel escribe de modo parecido: «Hay una piedra oculta, escondida y enterrada en lo más profundo de una fuente, la cual es vil, abyecta y en modo alguno apreciada; y está cubierta de fiemo y de excrementos; a la cual, aunque no sea más que una, se le dan toda clase de nombres. Porque, dice el sabio Morien, esta piedra que no es piedra está animada, teniendo la virtud de procrear y engendrar. Esta piedra es blanca, pues toma su comienzo, origen y raza de Saturno o de Marte, el Sol y Venus; y si es Marte, Sol y Venus ...»

«Existe -dice Le Breton- un mineral conocido de los verdaderos Sabios que lo ocultan en sus escritos bajo diversos nombres, el cual contiene en abundancia lo fijo y lo volátil.»


«Los Filósofos hicieron bien -escribe un autor anónimo - en ocultar este misterio a los ojos de aquellos que sólo aprecian las cosas por el uso que les han dado; pues, si conociesen, o si se les revelase abiertamente la Materia, que Dios se ha complacido en ocultar en las cosas que a ellos les parecen útiles, las tendrían en mayor estima.» He aquí una idea parecida a otra de la Imitacióncon la que pondremos fin a estas citas abstrusas: «Aquel que estima las cosas en lo que valen, y no las juzga según el mérito o el aprecio de los hombres, posee la verdadera Sabiduría.» 



Según "El Misterio de las Catedrales", en el simbolismo alquímico la materia prima puede presentarsenos bajo las apariencias más dispares: a veces, por ejemplo,  puede adoptar la forma de Virgen negra, -la diosa Isis cristianizada-, y otras la del angel caído, "el portador de luz":

“(...) dábase a menudo a la piedra bruta, impura, material y grosera, la imagen del diablo (…) Ahora bien, esta figura, destinada a representar la materia inicial de la Obra, humanizada bajo el aspecto de Lucifer (portador de la luz, la estrella de la mañana), era el símbolo de nuestra piedra angular, la piedra del rincón, la piedra maestra del rinconcito”.

Y en otra parte: 

"(...) La catedral se nos presenta fundada en la ciencia alquímica, investigadora de las transformaciones de la sustancia original, de la Materia elemental (latín materea; raíz, mater, madre). Pues la Virgen-Madre, despojada de su velo simbólico,
no es más que la personificación de la sustancia primitiva que empleó, para realizar sus designios, el Principio creador de todo lo que existe”

Ante el asombro de más de un lector,  Friedrich Von Licht, autor de "El Fuego Secreto" concluye

"En realidad al alquimista no le importa convertir en homólogos a Cristo y a Lucifer. Para él el mito, la teología y la propia naturaleza son sustancias maleables, idóneas para la expresión de sus conocimientos. Así vemos que a las anteriores descripciones de la materia prima se suman otras no tan religiosas. Se le llama "nuestra piedra negra, cubierta de andrajos e impurezas", por sus características oscuras y caóticas; o le comparan a un libro, tanto abierto como cerrado, por estar formada de diferentes capas, planos o niveles similares a las hojas de un libro."


Para dar por terminada esta nota, voy a volver a la frase atribuida a Fulcanelli, con la que empecé: Lo esencial no es la transmutación de los metales, sino la del propio experimentador.
Y también volveré a hacer mención de esta sentencia de Nicolás Valois: Hay una piedra de gran virtud, y es llamada piedra y no es piedra, y es mineral, vegetal y animal, que se encuentra en todos los lugares y en todos los tiempos, y en todas las personas.



He vuelto a citar estas frases porque mi impresión al leerlas, es que la misteriosa Materia Prima del Arte Hermético podría ser la propia mente. Después de todo, el Kibalión, una de las obras fundamentales del hermetismo dice así: 



"La mente puede ser transmutada, de estado a estado, de grado a grado, de condición a condición, de vibración a vibración. La verdadera transmutación hermética es un arte mental”.







                                Juan Carlos















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