"Ganarás el pan con el sudor de tu frente", dijo Yahvé al desobediente Adán, que estaba a punto de verse desterrado para siempre del Edén. El trabajo, que en este versículo del Génesis, aparece como castigo a la desobediencia, ¿puede ser al mismo tiempo la redención?¿Un camino de regreso hacia el Paraíso perdido? Desde los constructores de pirámides egipcios con el mítico arquitecto Imhotep a la cabeza; los arquitectos babilonios, que menciona el Código Hammurabi; Hiram, rey de Tiro, que construyó el templo de Salomón, y los Collegia Fabrorum romanos, se habla de corporaciones de arquitectos, albañiles y otros trabajadores de la construcción, que eran mucho más que simples sindicatos, y en los que se impartía una enseñanza que iba mucho más allá de lo meramente técnico...
Para el común de los mortales, el trabajo es parte integrante de la vida. Podemos asumirlo de esa manera, o bien considerarlo como una tarea ajena a lo que realmente somos, o creemos ser, algo así como una obra de teatro en la que interpretamos un personaje, llevando una máscara (y también una coraza), de la que a menudo no conseguimos desprendernos una vez terminada la función.
Puede incluso que ese personaje esté en plena contradicción con nuestra forma de pensar y de sentir, aunque no nos quede otro remedio que resignarnos a interpretarlo.
En ocasiones quizás sintamos que el trabajo que desempeñamos diariamente en la oficina o en el taller se encuentra a años luz de ser todo lo creativo, hermoso y profundo que quisiéramos, y tal vez en esos momentos nos hayamos preguntado si existe una relación entre trabajo y espiritualidad.
En un medio social en el que los valores dominantes son la competitividad y el enriquecimiento rápido, plantearse semejantes cuestiones resultará ocioso, fuera de lugar, e incluso ridículo, (lo cual me incita a planteármelas con más entusiasmo ).
Puede incluso que ese personaje esté en plena contradicción con nuestra forma de pensar y de sentir, aunque no nos quede otro remedio que resignarnos a interpretarlo.
En ocasiones quizás sintamos que el trabajo que desempeñamos diariamente en la oficina o en el taller se encuentra a años luz de ser todo lo creativo, hermoso y profundo que quisiéramos, y tal vez en esos momentos nos hayamos preguntado si existe una relación entre trabajo y espiritualidad.
En un medio social en el que los valores dominantes son la competitividad y el enriquecimiento rápido, plantearse semejantes cuestiones resultará ocioso, fuera de lugar, e incluso ridículo, (lo cual me incita a planteármelas con más entusiasmo ).
Lo primero que habría que definir al hacernos tales preguntas, es qué entendemos por espiritualidad.
¿Es la espiritualidad un mero suplemento, un estimulante (parecido a las bebidas energéticas tan en boga hoy en día) que nos permite ser más eficientes y productivos, como me parece que nos quieren inculcar tantos motivadores y "coaches" modernos (léase entrenadores, en castellano)?
¿O, por lo contrario, es algo que debe hallarse en el mismo eje de nuestra actividad vital, lo cual implica que lo que comemos, lo que pensamos, la manera en la que nos relacionamos, y, por supuesto, la forma en la que nos ganamos la vida, no pueden ser sino expresiones de la misma?
En el pasado, un gran número de hombres intentó espiritualizar su trabajo, y convertirlo en la expresión de un modo de vida trascendente, en el que no existiera ese divorcio, ese conflicto entre la "vida interior" y "la forma de ganarse el sustento" de una persona, sino que al contrario, el trabajo se convirtiera en el caldo de cultivo ideal para su crecimiento interno.
Esta forma de enfocar el trabajo, existió, según parece, desde la mas remota antigüedad.
Se tiene noticia de que en el Egipto de los Faraones y en el Israel bíblico ya hubo organizaciones de ayuda mutua entre los trabajadores, que se ocupaban de su formación, de conseguirles trabajo, y de ofrecerles una iniciación de carácter espiritual, cuyos rituales y contenidos eran custodiados con el más absoluto sigilo. Los gremios laborales disponían incluso de un fondo para cubrir los gastos de los compañeros que caían enfermos o de los que se habían quedado sin trabajo.
Estudios comparativos de las religiones y de las tradiciones de distintos países indican claramente que las corporaciones artesanales de la antigüedad transmitían a sus afiliados alguna clase de saber que ocultaban celosamente al profano. La pena por revelar sin permiso cualquier detalle del mismo solía ser la muerte. Hay vestigios de ello en la época grecorromana clásica, o en el antiguo Egipto, por ejemplo. Esos conocimientos abarcaban desde lo mas estrictamente profesional hasta enseñanzas de tipo místico y esotérico.
Francia, que durante la baja edad media disfrutó de una etapa de cierta prosperidad, asistió en ese período a un gran auge del movimiento gremial: orfebres, carpinteros, zapateros, panaderos... todas las corporaciones de oficios estaban sujetas a unas reglas, a unos grados de adeptado y a unas jerarquías casi idénticas; todos manejaban sus propios lenguajes símbolicos, inspirados principalmente en los útiles de cada oficio, tenían sus signos de reconocimiento y ofrecían a sus aprendices una iniciación de orden espiritual, cuyo contenido estuvo siempre rodeado de un impenetrable halo de misterio. Este movimiento social se llamó Compagnonnage, que se podría traducir como "compañerismo". Dentro de ese movimiento, hay que hacer especial mención del gremio de los constructores, tal vez el mas poderoso y organizado de todos: al fin y al cabo, siempre que una sociedad goza de un período de boyante crecimiento económico, se edifica mas y con mayor suntuosidad (más palacios, más mansiones y más iglesias) y los constructores acaban teniendo una considerable influencia y poder en las esferas política y social.
Tal vez esa fue la razón por la que fue el gremio más próspero y poderoso de todos.
Los compañeros constructores franceses del siglo XIII fueron el germen de la francmasonería. Ellos constituyeron lo que se denomina "Masonería Operativa", es decir, la que estaba formada por arquitectos, albañiles, talladores, y otros trabajadores del ramo de la construcción.
Uno de los secretos mejor guardados de estos constructores medievales, según Grasset D'Orcet y Fulcanelli, es su lenguaje simbólico, basado en el blasón, que utilizaron para expresar a través de sus obras todo el bagaje de saber ancestral, principalmente alquímico, que les fue legado por sus predecesores. Según este punto de vista, las catedrales góticas serían verdaderos manuales de sabiduría pagana, tallados en piedra. Para leerlos sería preciso tener la clave de las imágenes jeroglíficas que llenan sus vitrales, capiteles, frontispicios, etc. clave que los autores antes mencionados llaman cábala hermética o lengua de los pájaros.
También según estos autores, el declive de la masonería operativa coincidió con la llegada del Renacimiento italiano: el arte del Renacimiento, más preocupado por la forma que por el contenido, se impuso, dando al traste con el misterioso lenguaje de símbolos del gótico, que poco a poco cayó en el olvido.
Leemos en "Las Moradas Filosofales" de Fulcanelli:
"En cuanto a nosotros, estimamos que el pensamiento medieval se revela como de esencia científica y no de otra especie. El arte y la literatura no son para él sino los humildes servidores de la ciencia tradicional. Tienen por misión expresa traducir simbólicamente las verdades que la Edad Media recibió de la Antigüedad y de las que se mantuvo fiel depositaria. Sometidos a la expresión puramente alegórica y mantenidos bajo la voluntad imperativa de la misma parábola que sustrae a lo profano el misterio cristiano, el arte y la literatura testimonian una preocupación evidente y hacen alarde de cierta rigidez, pero la solidez y la simplicidad de su factura contribuyen, pese a todo, a dotarlos de una originalidad indiscutible. Ciertamente, el observador jamás hallará seductora la imagen de Cristo tal como nos la presentan las portadas románicas, en las que Jesús, en el centro de la mandorla mística, aparece rodeado de los cuatro animales evangélicos. Nos basta que su divinidad venga subrayada por sus propios emblemas y se anuncie así reveladora de una enseñanza secreta. Admiramos las obras maestras góticas por su nobleza y por la audacia de su expresión. Si carecen de la perfección delicada de la forma, poseen en grado supremo el poder iniciático de una filosofía docta y trascendente. Se trata de producciones graves y austeras, y no de ligeros motivos graciosos y placenteros como los que el arte, desde el Renacimiento, se ha complacido en prodigarnos. Pero mientras que estos últimos sólo aspiran a halagar la vista o a subyugar los sentidos, las obras artísticas y literarias de la Edad Media se apoyan en un pensamiento superior; verdadero y concreto, piedra angular de una ciencia inmutable,base indestructible de la religión. Si tuviéramos que definir estas dos tendencias, una profunda y la otra superficial, diríamos que el arte gótico se manifiesta por entero en la sabia majestad de sus edificios, y que el Renacimiento lo hace en la agradable decoración de las viviendas.
De este modo, los compañeros constructores dejaron de recibir encargos, y más adelante las logias masónicas empezaron a admitir como miembros a individuos que no formaban parte del oficio de la construcción: intelectuales, músicos, poetas, comerciantes, políticos, fueron tomando paulatinamente las riendas de esta sociedad secreta, conservando sus símbolos, como el compás y la escuadra, pero, a mi juicio, desvirtuando su espíritu. Es como si el gremio de los pasteleros se llenara de abogados, médicos, ingenieros, etc. pero no contara con ningún pastelero de verdad: que los nuevos "adeptos" fueran incapaces de hacer la más simple tarta, y sin embargo en sus ceremonias, siguieran llevando mandiles y gorros de cocina. A esta nueva cepa masónica se la llamó masonería especulativa, y muchos la consideran como una adulteración, una degeneración de la genuina masonería, un club de ricos y aspirantes a ricos que practica una serie de rituales vacíos de contenido, al haber perdido ese conocimiento secreto que aún sigue vivo en las esculturas de los templos góticos.
Todo tiene su tiempo de auge, y su tiempo de caída, pero no olvidemos que la francmasonería no fue el único intento en la historia de la humanidad de darle un valor profundo al trabajo, y, quien sabe, tampoco sea el último.
Tal vez esa fue la razón por la que fue el gremio más próspero y poderoso de todos.
Los compañeros constructores franceses del siglo XIII fueron el germen de la francmasonería. Ellos constituyeron lo que se denomina "Masonería Operativa", es decir, la que estaba formada por arquitectos, albañiles, talladores, y otros trabajadores del ramo de la construcción.
Uno de los secretos mejor guardados de estos constructores medievales, según Grasset D'Orcet y Fulcanelli, es su lenguaje simbólico, basado en el blasón, que utilizaron para expresar a través de sus obras todo el bagaje de saber ancestral, principalmente alquímico, que les fue legado por sus predecesores. Según este punto de vista, las catedrales góticas serían verdaderos manuales de sabiduría pagana, tallados en piedra. Para leerlos sería preciso tener la clave de las imágenes jeroglíficas que llenan sus vitrales, capiteles, frontispicios, etc. clave que los autores antes mencionados llaman cábala hermética o lengua de los pájaros.
También según estos autores, el declive de la masonería operativa coincidió con la llegada del Renacimiento italiano: el arte del Renacimiento, más preocupado por la forma que por el contenido, se impuso, dando al traste con el misterioso lenguaje de símbolos del gótico, que poco a poco cayó en el olvido.
Leemos en "Las Moradas Filosofales" de Fulcanelli:
"En cuanto a nosotros, estimamos que el pensamiento medieval se revela como de esencia científica y no de otra especie. El arte y la literatura no son para él sino los humildes servidores de la ciencia tradicional. Tienen por misión expresa traducir simbólicamente las verdades que la Edad Media recibió de la Antigüedad y de las que se mantuvo fiel depositaria. Sometidos a la expresión puramente alegórica y mantenidos bajo la voluntad imperativa de la misma parábola que sustrae a lo profano el misterio cristiano, el arte y la literatura testimonian una preocupación evidente y hacen alarde de cierta rigidez, pero la solidez y la simplicidad de su factura contribuyen, pese a todo, a dotarlos de una originalidad indiscutible. Ciertamente, el observador jamás hallará seductora la imagen de Cristo tal como nos la presentan las portadas románicas, en las que Jesús, en el centro de la mandorla mística, aparece rodeado de los cuatro animales evangélicos. Nos basta que su divinidad venga subrayada por sus propios emblemas y se anuncie así reveladora de una enseñanza secreta. Admiramos las obras maestras góticas por su nobleza y por la audacia de su expresión. Si carecen de la perfección delicada de la forma, poseen en grado supremo el poder iniciático de una filosofía docta y trascendente. Se trata de producciones graves y austeras, y no de ligeros motivos graciosos y placenteros como los que el arte, desde el Renacimiento, se ha complacido en prodigarnos. Pero mientras que estos últimos sólo aspiran a halagar la vista o a subyugar los sentidos, las obras artísticas y literarias de la Edad Media se apoyan en un pensamiento superior; verdadero y concreto, piedra angular de una ciencia inmutable,base indestructible de la religión. Si tuviéramos que definir estas dos tendencias, una profunda y la otra superficial, diríamos que el arte gótico se manifiesta por entero en la sabia majestad de sus edificios, y que el Renacimiento lo hace en la agradable decoración de las viviendas.
El coloso medieval no se ha derrumbado de un solo golpe con el declinar del siglo XV. En muchos lugares, su genio ha sabido resistir aún por largo tiempo a la imposición de las nuevas directivas. Vemos su agonía prolongarse hasta la mitad, más o menos, del siglo siguiente, y volvemos a encontrar en algunos edificios de aquella época el impulso filosófico, el fondo de sabiduría que generaron durante tres siglos tantas obras imperecederas. Asimismo, sin tener en cuenta su edificación más reciente, nos detendremos en esas obras de importancia menor, pero de significación semejante, con la esperanza de reconocer en ellas la idea secreta, simbólicamente expresada, de sus autores.
Esos refugios del esoterismo antiguo, esos asilos de la ciencia tradicional, hoy rarísimos, sin tener en cuenta su destino ni su utilidad, los clasificamos en la iconología hermética, entre los guardianes artísticos de las elevadas verdades filosofales."
De este modo, los compañeros constructores dejaron de recibir encargos, y más adelante las logias masónicas empezaron a admitir como miembros a individuos que no formaban parte del oficio de la construcción: intelectuales, músicos, poetas, comerciantes, políticos, fueron tomando paulatinamente las riendas de esta sociedad secreta, conservando sus símbolos, como el compás y la escuadra, pero, a mi juicio, desvirtuando su espíritu. Es como si el gremio de los pasteleros se llenara de abogados, médicos, ingenieros, etc. pero no contara con ningún pastelero de verdad: que los nuevos "adeptos" fueran incapaces de hacer la más simple tarta, y sin embargo en sus ceremonias, siguieran llevando mandiles y gorros de cocina. A esta nueva cepa masónica se la llamó masonería especulativa, y muchos la consideran como una adulteración, una degeneración de la genuina masonería, un club de ricos y aspirantes a ricos que practica una serie de rituales vacíos de contenido, al haber perdido ese conocimiento secreto que aún sigue vivo en las esculturas de los templos góticos.
Todo tiene su tiempo de auge, y su tiempo de caída, pero no olvidemos que la francmasonería no fue el único intento en la historia de la humanidad de darle un valor profundo al trabajo, y, quien sabe, tampoco sea el último.
Juan Carlos
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