El gato, en muchas culturas de la antigüedad, fue considerado un animal sagrado, asociado a lo misterioso y lo oculto. Su figura silenciosa y hierática le ha valido ocupar un lugar en los panteones de dioses egipcios o celtas, entre otros, y en la edad media, se le creía a menudo la encarnación de algún espíritu maligno.
Supersticiones aparte, mi experiencia con los gatos, siempre ha sido exquisita y entrañable, y quiero dedicarle a los míos - tengo dos -, este artículo.
Doy fe, por ejemplo, de que diez o quince minutos antes de que algún conocido llame a la puerta de mi casa, ellos ya empiezan a mostrarse inquietos y a pasearse cerca del umbral.
Pero les aseguro que, de todos los misterios que guarda el gato, el más fascinante es el de sus bigotes... En la foto: mi gato Charlie.